Shishkin y la princesa Luisa Isabel estaban solos en el cuarto. Enamorados. Pero un río de dificultades corría entre ellos: amor repentino, amor por la juventud, por la libertad. El amor estaba prohibido para ella, dijo Luisa Isabel; la rebelión, la independencia, esa clase de amor.
Shishkin tenía otros dilemas: regresar a Rusia, o quedarse con su amigo y este nuevo amor.
Ella contemplaba el retrato, dando la espalda a Shishkin, que la miraba, triste. Su forma de pintar iría cambiando en otra forma, pensó Shishkin. Algún espíritu invisible lo manejaba con nuevo ímpetu, una especie de semidiós, viviendo en algún cielo que, le gustaba imaginar, lo protegería a él, a esta pequeña criatura de Rusia, del amor y de la traición. "Traición es demasiado fuerte", reflexionó Shishkin; pero sentía un poco eso. Una traición hacia sus compañeros artistas, que se habían agrupado para cambiar la pintura para siempre.
No había salida visible para ellos, para dos marginales enamorados, pensó Shishkin. Sólo la esperanza en el espíritu de la naturaleza. La fe ciega en su desinteresada providencia.
Pero, aunque se amaban, Shishkin no podía callar los gritos de la naturaleza.
*
A través de la ventana empapada de gotas, miraban el cielo celeste, regalo de la naturaleza, en forma de exótica llovizna soleada y repentina. Shishkin dejó escapar un suspiro al notar que, en aquellas cálidas lágrimas del cielo, que reverberaban con el brillo rojo y amarillo de la luz de las velas, también existía la humedad del calor de las lágrimas de fidelidad, confianza, compasión, amistad... amor. Miró a Luisa Isabel.
—Ven aquí... —le dijo.
Siguieron amándose.
*
Shishkin estaba sentado, poniéndose la camisa.
—Ven aquí —dijo ella— Nuestros labios aún están siendo besados, tocados por el sudor —lo abrazó—. Y nos amamos, somos realmente amantes en nuestro cielo. Sólo existen nuestros corazones, tocándose al mismo tiempo.
Shishkin se dio vuelta, sonriendo. Luisa Isabel se corrió el pelo de la cara. Un pedido, un grito susurrado cayó de sus labios: "Ven aquí, Iván..." La besó en la mejilla.
—No me beses con delicadeza... —dijo Luisa Isabel.
Se dio vuelta, mostrando su espalda y sus glúteos desnudos. Su cuerpo se transformó en un sol radiante. Una gota de sudor en la frente de Shishkin cayó en esa belleza juvenil, deslizándose por la cintura y rodeando uno de los glúteos.
Siguieron amándose.
*
Ella estaba parada en el hall, en medio de una sombra oscura y oblicua. Shishkin se acercó por detrás y la estrechó en sus brazos, la besó en la mejilla. "Este verano terminará pronto", pensó. Se acercaba el cumpleaños de Luisa Isabel y con él la partida hacia otra vida. Shishkin pensó en la naturaleza de ese amor. Ahora la vida de ella, su tierna, gentil vida se mezclará con el fuego, pensó. Abrasada por las llamas de la revolución venidera, la flor se secará.
Shishkin sintió un escalofrío: las lágrimas de Luisa le mojaban las manos.
*
La silueta de Shishkin asomó desde el bosque y desapareció en la oscuridad. Ella lo seguía. Era muy temprano. El sol apenas se veía. Los pájaros cantaban. Shishkin se detuvo. Su mano estaba sobre un árbol joven. Sintió la corteza áspera y húmeda. El árbol parecía aconsejarle no continuar por ese camino.
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Ucrónicas
Ficción históricaLas figuras de la historia de nuestra humanidad pueden estar separadas por el tiempo y por el espacio... pero no en "Ucrónicas". Aquí se reúnen, en encuentros inesperados e increíbles. El desarrollo de la tecnología del vapor está en auge, y sirve a...