RUSIA
La mirada curiosa de Alejandro se filtró a través del velo de las cortinas. No estaba jugando a las escondidas, como cuando era niño. Ya tenía treinta y un años, y su amante, María Narýshkina, le había dicho que se esconda allí. Alejandro estaba semidesnudo, buscando entre la niebla de tela el cuerpo desnudo de su deseada Nary, que aparecería en cualquier momento. No tenía idea de qué podía demorar a la mujer, tan propensa a las bromas.
Oyó un ruido, seguido de la risa traviesa de Nary: algo había caído contra el suelo. Le azotó el pecho un recuerdo demasiado angustioso. Siete años habían pasado desde el incidente y nunca había vuelto a pensar en ello. De repente imaginó el maquinal ascenso por las escaleras de los generales Bennigsen y Yashvil, el estruendo de sus pisadas borrachas sobre los escalones, el horror de su padre, el emperador Pablo, escondido también detrás de unas cortinas.
Nadie custodiaba la puerta del emperador, por supuesto. La conspiración había sido organizada hacía meses. En ella habían participado alemanes, españoles, rusos y hasta ingleses. El momento había llegado. La noche había caído sobre el castillo y los conspiradores, envalentonados por el alcohol y con las panzas y los bolsillos llenos, irrumpieron en el dormitorio del emperador. Arrancaron la cortina y lo arrastraron hasta una mesa que tenía un papel y una pluma. Para concretar la abdicación hacía falta el garabato del emperador.
—¡Sobre la línea, imbécil, y vete con tus campesinos y tu servidumbre! —escupió con ira el general Yashvil, tratando de mantenerse en pie.
Bennigsen espetó un insulto en alemán; rondaba los sesenta años, canoso y calvo en la frente, tenía una irónica expresión en sus ojos azules. Vladimir Yashvil tenía por lo menos cuarenta y cinco años, un rostro chato, nariz ganchuda e insondables ojos oscuros. Un tercer hombre, Nicolás Zubov, de titánica estatura, patillas oscurecidas, y en actitud de mansa fiereza, observaba desde más atrás. El emperador Pablo se agitó, intentó deshacerse de los cuatro brazos que lo maniataban. Sus enormes ojos azules vibraban de furia y horror. La mesa tambaleó, y una tabaquera de oro rodó hacia una esquina; pero Zubov dio un salto y la atrapó antes de que cayera al suelo. Pablo, que aún no había visto a Zubov, se estremeció de rabia al verlo.
—Cómo no te hice matar ni bien regresaste a San Petersburgo... —dijo Pablo. Le corrían lágrimas de ira por la cara.
—Yelisaveta lo educó muy blando, majestad —contestó Zubov.
Yashvil y Bennigsen rieron, pero Zubov miró al suelo, como avergonzándose un poco de la risa de los otros generales.
—Cuando termine de rebelarse, firme el papel, majestad —dijo Bennigsen, casi riéndose—.
Zubov miró con desprecio a Bennigsen. Se puso frente a Pablo.
—Tiene que firmarlo... —ordenó Zubov.
—No firmaré esa porquería —interrumpió Pablo— Dios me encomendó Rusia. ¿Quién planeó esto? ¡Suéltenme! —dijo Pablo.
Zubov cruzó miradas con los generales.; Pablo quedó libre de sus manos.
—Todos —contestó Bennigsen.
—Usted fue el primero, majestad —dijo Zubov—. Enfrentándose a su madre, anulando sus decretos. La servidumbre es el suelo mismo sobre el que está erigida toda Rusia y usted quiere destruirlo.
Pablo miró en los ojos a Zubov.
—¿Eres tú, Nicolás, o tu hermano el que habla? No me venga a hablar a mí de lo que Rusia es o no es, general. Rusia necesita ocuparse de su propio suelo y desterrar la ambición de querer conquistar otros. Y me acusa de blando... ¿porque no quiero llevarme el mundo por delante? Mi madre organizó un complot que terminó asesinando a mi padre; me negó la corona lo más que pudo; nunca consideró la posibilidad de reinar junto conmigo; trató de poner a mi propio hijo, Alejandro, en mi contra y hacerlo zar de todas las rusias; en sus odiosas memorias, resulta que soy hijo de su amante, lo que me obligó a luchar para erradicar la idea de que era un bastardo. General, que quiere que le diga... estuve tanto tiempo ocupado luchando contra tantas cosas que me cuesta creer que no soy fuerte. Odié a mi madre, claro; y si no supiera que está muerta, juraría sobre la santísima Biblia que es Catalina la que está detrás de todo esto. Yo no soy blando y usted es un imbécil si piensa eso.
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Ucrónicas
Historical FictionLas figuras de la historia de nuestra humanidad pueden estar separadas por el tiempo y por el espacio... pero no en "Ucrónicas". Aquí se reúnen, en encuentros inesperados e increíbles. El desarrollo de la tecnología del vapor está en auge, y sirve a...