Capítulo IV: Adolescencia.

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Estaba mirando el techo, como si se tratara de una pantalla que tuviera mucho para mostrar. No era así, manchas de humedad o al menos los restos de las mismas. La pintura de aquel cielorraso estaba bastante deteriorada y los años que tenía aquella arquitectura rendía honores de eso mismo. No era interesante, pero Nahuel estaba vacío, sin ganas y con la atención vulnerable a cualquier distracción. —¿Qué tanto miras el techo?— Jazmín se acercó y lo sacó de su letargo.

Él levantó la mano y señaló. —¿Ves las figuras?— la jovencita buscaba y no encontraba nada. —Ahí donde la pintura se salió, si miras bien, te darás cuenta de que parece una jirafa.— 

El rostro de su compañera de curso se frunció tanto por el asombro que Nahuel se arrepintió de haberle contestado. —Yo no veo ninguna jirafa... maldito loco.— Jazmín se fue. Pero eso atrajo la presencia de otro compañero, que también lo había estado observando.

—¿Aburrido?— preguntó Mauricio.

—Pensativo.— corrigió.

—¿Y eso a qué se debe?—

Nahuel estaba bastante inmerso en sus pensamientos, de hecho no tenía la confianza para manifestárselos justo a él, un compañero que acaba de conocer y que había compartido un poco más que con el resto. Las coincidencias habían ablandado o al menos nublado su buen juicio. Decidió contarle mucho de lo que estaba atravesando. —Se trata de María...—

—¿Qué pasa con ella?—

Nahuel miró a su alrededor. Martín estaba unos metros atrás, pero sabía que guardaba atención para su conversación. —No sé cómo sentirme respecto a ella. Siento que nos estamos distanciando bastante.—

—Eso es natural. La primaria ya terminó, seguramente es eso, creo que nos pasa un poco a todos.— Mauricio se mostró empático, probablemente por eso Nahuel se mostró más blando y soltó más de la cuenta.

—Nuestra relación de amistad va un poco más allá que la convencional.— agregó. A su compañero le causó cierto interés lo que acaba de mencionar.

—Entonces ¿Son amigos con derechos?—

En ese momento Nahuel cambió la actitud para con Mauricio. Estaba haciendo lo que hacían todos, cuestionar su relación de fraternidad, como si no fuera posible debido a que eran hombre y mujer. —No. Somos como hermanos.— sin embargo, lo dijo desanimado.

—Entiendo...— mintió Mauricio. —Te enamoraste de tu mejor amiga, eso puede pasarle a cualquiera.— agregó dejando en vista lo que realmente pensaba.

Nahuel se levantó de su silla. —No es eso... es qué...— las palabras no salían. 

—Ya, no tiene importancia. Mejor deja de darles tantas vueltas. Depende de ustedes que la relación que tienen no se pierda. Como hicimos unos días atrás, trata de juntarte más seguido con ella y seguramente no te sentirás así.— se había dado la idea equivocada. Nahuel había desconfiado de la visión por parte de Mauricio, pero ahora entendía que estaba dándole un buen consejo.

El timbre sonó. La hora libre había terminado y el recreo empezaba. El comportamiento por parte de Nahuel al momento del recreo era variado, muchas veces no salía al patio. Algunas otras, decía salir simplemente hasta la puerta o bien caminaba para recorrer un poco las instalaciones del colegio. Ese día se sorprendería, porque después de dos semanas de iniciadas las clases se encontró con alguien. —Hijo de puta...— soltó al verlo.

El otro muchacho estaba apoyado en la entrada de su curso. Cuando oyó la palabrota supo que se trataba de un amigo. —¡¿Qué mierda haces acá?!— vociferó Ezequiel.

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