Capítulo VI: Madurez repentina, el final.

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Al día siguiente, para los mejores amigos todo lo trascurrido la noche anterior era toda una anécdota que recordarían por el resto de sus vidas, sobre todo Nahuel. Omar había pasada gran parte de la noche integrándose a los amigos de Sebas, lo que hizo que no la pasara tan mal con la ausencia fundamentada de su contraparte. Sin embargo, para él, la cosa estaría mucho más complicada si tenía intenciones de seguir una relación con Ximena. Tendría que sostener una mentira lo llevaría a mostrar una deshonestidad a la que no estaba acostumbrado. Por otro lado, todo lo que le iba sucediendo en su nueva etapa de vida, había dejado a María en un plano transcendental. El duelo había terminado. 

Volver a clases sólo le resultó fastidioso por su nuevo turno matutino, sin embargo, su ego estaba en lo más alto y una sensación de regocijo y seguridad inundaba todo su ser. El mundo pasaba casi desapercibido para él. Hasta que prestó atención a la única amiga en aquel curso. —¿Estás bien?— una pregunta obligada, para que Fernanda diera una explicación a sus lágrimas.

Con un gesto, pedía que su hermano postizo no indagara. —Estoy bien, no te preocupes.— dijo ofuscada. 

Nahuel debía llegar al fondo de la razón que hería a su amiga. —No me esquives, sabes mejor que nadie que no te dejaré hasta que me digas por qué estás tan triste.— 

La insistencia de Nahuel hizo que Fernanda por fin cediera. —Está bien, te contaré...— Nahuel esperaba una situación más sencilla de comprender. Pero por lo que su amiga le contaba, se trataba de un amor no correspondido a medias. Dado que el masculino en cuestión, se aprovechó de los sentimientos de Fernanda para sacar provecho de sus antojos, sin considerarlos en lo más mínimo.

—¡Es un hijo de perra, le romperé la cara!— exclamó furioso, llamando la atención del resto del curso.

—¡No!— objetó Fernanda. —¡No harás nada!— la negativa por parte de esta hacía que Nahuel se sintiera un poco humillado, incluso incómodo con la furia que presentaba hacia el supuesto individuo.

—Está bien.— dijo resignado. —No me meteré en ese asunto tuyo.— mintió. —Simplemente me molesta saber que hay alguien que se está aprovechando de ti.— eso fue lo único que dijo con sinceridad y fue bien recibido por su amiga.

—Lo sé, pero no tienes que comportarte así conmigo. No necesito un héroe que me rescate de mis amoríos frustrados.— Fernanda creyó que el tema estaba finalizado ahí mismo, pero Nahuel tenía otras intenciones.

Cuando sonó el timbre del recreo, fue el puntapié inicial para que Nahuel comenzara con su investigación. Sólo conocía le nombre de aquel que hacía sufrir a su hermana postiza y que estaba en primero cuarta. Buscó a uno de sus compañeros de gimnasia de dicho curso, Fernando. 

—¿Cómo estás Fernando?— el saludo repentino de Nahuel, escondía la verdadera naturaleza del motivo por el cual lo abordaba.

—Nahuel ¿Qué cuentas?— respondió el muchacho mientras acomodaba sus anteojos sobre el tabique de su nariz. Fernando era un poco más alto que Nahuel, sin embargo, se notaba a simple vista que era mucho menos fornido. Verlos como compañeros de educación física parecía un mal chiste.

—La pregunta que te haré puede resultarte un tanto extraña, pero de todos modos la diré.— comenzó con una advertencia. —¿Cuántos Leandros hay en tu curso?—

Fernando volvió a subir sus anteojos, la pregunta lo descolocó. Pero como su compañero le advirtió de la rareza del cuestionamiento, simplemente respondió. —Pues hay solo uno.—

La sonrisa de Nahuel confundió mucho más a Fernando. —Perfecto, eso lo hace más fácil. Si está aquí cerca me gustaría que me lo señales.— esa petición sonó mucho más extraña que la anterior. —Despreocúpate, no voy a comprometerte en nada. Nunca diré cómo di con él.— la aclaración, hizo que se quedara más intranquilo que antes.

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