Capítulo VII: Malas experiencias.

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Nahuel caminó hasta el lugar de la cita. No lo hizo con demasiado entusiasmo, incluso podría decirse que retrasó el paso para no llegar de inmediato. A pesar de eso, no esperaba que Natalia llegara antes que él. —Maldición...— murmuró sabiendo que tendría que ser él, quién rompiera el hielo. La muchacha aguardaba alguna señal por su parte. Sin embargo, él no tenía intenciones de cerrar o consumar su acto allí. Miró a los alrededores, muchos alumnos de su colegio seguían pasando y la realidad es que Nahuel. Prefería mantenerse de bajo perfil y no que al otro día lo anduvieran señalando con el dedo, por haber estado con la delegada de su curso. —Caminemos.— le dijo. Ella no parecía estar muy a gusto con la propuesta. Al darse cuenta él prefirió dar su razón de ser. —Este lugar me hace sentir bastante incómodo, además prefiero alejarme un poco más del establecimiento.—

Natalia interpretó rápido la manera de pensar de su compañero. —Te molesta que te vean conmigo.— tan cierto que incomodó al acusado.

—No tiene nada que ver con lo que estás pensando. En realidad, el problema es tu popularidad.— sonó sincero.

—Entonces... No quieres que te vean conmigo ¿Por eso?— a la delegada le costaba entender que esa fuera la razón. Quizá Nahuel debía profundizar en su teoría.

Detuvo el paso, ya estaban en una plaza. Entre los árboles y la cantidad de gente, ambos jovencitos pasarían desapercibidos. —Ya bastante visible me vi con todo esto del pibe de Fernanda. No quiero que ahora crean que estoy de novio con la delegada de mi curso. Es eso...— terminó de decir esperando que fuera suficiente.

La jovencita se quedó muda por unos segundos, tratando de sentir empatía por su compañero. Pero pensó que no era bueno distraerse. —A lo que vinimos ¿No?— la sugerencia hizo que Nahuel se sintiera incómodo y fue él finalmente, quien tomara la iniciativa. A pesar de eso, iba a ser sorprendido. Si bien buscó los labios de su compañera, ella abrió la boca de forma tal que engulló los de él. Sintió el contacto de los dientes raspando por arriba de su labio superior y por debajo de su labio inferior. Lo sintió como una molestia, pero no quería ser grosero. Pensó que detenerla sería lo mismo que insultarla. Intentó con un movimiento sutil de su cuello acomodarse, le fue imposible. Ella seguía devorando sus labios, no tuvo más remedio que esperar a que ella se detuviera. Finalmente lo hizo.

Él se retiró con lentitud, soportó el ardor que sentía en sus labios lejos de haber disfrutado de ese supuesto beso. —Bueno, supongo que después de esto volvemos a ser compañeros de curso nada más...— Nahuel esperaba que ella le siguiera la corriente con esa sugerencia.

—Así es.— afirmó. —Mañana cada uno deberá actuar con naturalidad en el curso.— Natalia estaba despidiéndolo, y él no iba a detenerla.

—Entonces nos vemos mañana, adiós.— aguardó unos segundos más para estar lo suficientemente lejos y no ser visto por Natalia. —¡¿Qué mierda fue eso?!— la expresión se le escapó en voz alta. —¡¿Se supone que eso fue un beso?!— agregó llevando sus manos al rostro, allí palpó sus labios, aún ardían. Incluso temió que le hubiese producido un corte, dado que la molestia que sentía era significativa. —No soy quién para juzgar a nadie. Pero espero que consiga alguien lo suficientemente sadomasoquista para disfrutar su manera de expresar la pasión... Joder.— eso lo dijo en voz más baja. Sin embargo, un pequeño que cargaba con un balón lo observaba con atención. Le sonrió y continuó jugando con sus amiguitos. —Te faltan algunos años para hacer algo semejante. Espero que no pases por lo mismo que yo.— Nahuel estaba consternado. Él creía que su experiencia le permitía saber lo que era un buen beso o no. Pero, esto no supo cómo calificarlo y temía que le costara mirar a los ojos a su compañera la mañana siguiente.

Debatir con su mejor amigo Omar, lo dejó más tranquilo y conforme para afrontar la situación a la mañana siguiente. Como era de esperarse, Natalia lo saludó, pero completamente indiferente a lo que había pasado el día anterior. —Mejor— pensó. Creyendo que de esa manera evitaría lidiar con una situación aún más incómoda. Pero no sería hasta unos días después que su amiga Fernanda lo interrogaría en un llamado telefónico. —¡¿Que yo qué?!— vociferó al tubo.

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