XXVII

52 9 3
                                    



– ¿Por qué hicieron eso? – lloriqueó.

Allan se rió descaradamente codeándose con Tempel semejando un coro de brujas malignas. Sophie negaba con dos dedos en su sien derecha.

– Son unos-

Antes de que terminase de insultarlos, la pelirroja le dió un abrazo, lo rodeó por encima de los hombros y lo llevó lentamente hacía el otro lado de la acera.

– ¿Quieres que les demos tiempo a solas? —le preguntó, insinuando algo obvio.

– ¿Ah?

La joven guiñó e inclinó la cabeza, resaltando la presencia de un muchacho alto de cabello reluciente y tez conquistada por los astros.

– ¡AH! —esta vez contestó con el rostro colorado.

— Ay, qué te haces. Han estado todo el rato con sus miraditas y agarraditas de mano —hablaba descaradamente, casi obligándolo a cubrirle la boca para que se detuviera— Como dice la canción, Efel: "No te hagas la santa, el perreo te encanta."

– ¡SOFÍA! —gritó, y los chicos al otro lado de la acera los miraron, por lo que Efel intentó hablar más bajo — Es que... es un viaje para que Tempel disfrute con sus amigos y... No voy a acapararlo todo para mí... Yo ya vivo con él y-

– Efel, míralo —señaló al cometa discretamente— Mientras tú estás aquí poniendo excusas, Tempel ha mirado doce veces en tu dirección. Obviamente no soporta estar dos segundos lejos de ti.

Mentiría si dijese que las palabras de la joven no lograron acelerarle el corazón y sus ojos se encontraron con los de Tempel, verificando que efectivamente a menudo este miraba en su dirección.

Como un niño que ha sido descubierto en medio de su travesura, el más alto apartó la vista y continuó casualmente su conversación con Allan.

– Entonces...

– Sí, ustedes vayan solos al festival. Den vueltas por ahí y ya nos encontraremos luego justo donde dejamos la van.

– ¿Y Allan?

Ambos miraron al barman.

No te preocupes —dijo ella.

Aún sabiendo que Allan podría sentirse solitario sin Tempel, porque incluso ella lo sentía así. No entendía la fuerza de su amistad, pero como los insectos a la luz, la presencia de Tempel los atraía , los hacía sentir menos solos. No aquella soledad a la que estaban acostumbrados, que vacilaba con la presencia u ausencia de una o dos personas. La soledad inherente a haber nacido, la que les apretaba el corazón e incitaba las lágrimas.

Cuándo regresaron, Allan admitió que habían querido jugarle una broma. Tempel se disculpó varias veces, ganándose una patada en el trasero por parte del pianista.

– ¿De qué hablabas con Soph? —indagó lleno de curiosidad.

– Hhm... —y se dió permiso, se dejó llevar un poco por el cielo tiñéndose de rojo, por las horas que pasaban y el tiempo que escapaba tan rápido de ellos— Te diré si me besas.

Tempel abrió los ojos estupefacto. Era acaso esa persona delante de él, la misma que no podía verlo a los ojos al tomarse de la mano, Efel.

Y quiso probar sus límites, descubrir qué tan en serio estaba hablando, y le dió un corto beso en la frente. Efel frunció el ceño, lo tomó del antebrazo y lo empujó hacia un callejón. Ahí, donde apenas podía ver los detalles de su rostro, Tempel sintió como la gélida mano del más bajo se posaba sobre su nuca y lo dirigía hacía él. El tacto era helado, pero sentía que colisionaban cientos de mundos en su pecho, y así sucedió con sus labios. Nunca antes había visto ese lado de Efel, ojos impíos y afilados como agujas, que por debajo de sus largas pestañas lo miraban, sintió que otra mano acariciaba su abdomen y algo más íntimo se abría paso en su boca.

Suspiró, y tomó la muñeca del humano, alejando aquella mano enemiga de su abdomen, él más bajo pareció resistirse un poco y el cometa la colocó sobre su pecho esta vez, con el atisbo de una sonrisa dibujándose en su rostro.

– Tu corazón es el mío —le dijo, tan cerca de sus labios, el humano apenas consiguió oírlo.

– Ew, que empalagoso eres—rió.

– Soy un artista —refutó en tono de burla.

– Muerto de hambre.

– ¡Oye! No puedes decir eso si vives de tocar el piano.

Y tenía razón, así que Efel sólo lo empujó bromeando, no respondió a su comentario, y se giró para caminar de regreso a la calle principal. Alguien lo detuvo, sintió que unos brazos lo rodeaban desde atrás, su espalda se fundió en el pecho del cometa, quien enterró su rostro en la curva de su cuello y suspiró, dándole escalofríos al pianista.

– Quiero que los días sean así para siempre.

Eres cruel, pensó.

– Eres tan cálido —susurró sobre su nuca.

Quiero quedarme aquí, suplicó, por favor, por favor, no me lo quites.

– Sé en que estás pensando, El...

– No puedo evitarlo —su voz temblorosa lo dejó en evidencia— Siempre estoy pensando en el final.

Tempel lo abrazó con más fuerza, casi levantándolo del suelo. Consiguiendo un quejido por parte del otro.

– Ya está —lo soltó, sólo para girarlo y mirarlo a los ojos, sostuvo el rostro del pelinegro entre sus manos, y encontró un brillo frágil en sus ojos oscuros, iba a romperse. No llores, no llores.

Y las lágrimas comenzaron a asomarse, pero sus labios fueron más rápidos y llenaron a Efel de fugaces muestras de amor.

– Jeje qué haces —sonrió tímidamente recibiendo diminutos besos por todo su rostro.

Tempel se detuvo, lo miró y sonrió, tan pero tan ampliamente que el humano pensó que sus mejillas explotarían.

– Okay, creo que estás muy feliz, comienzas a asustarme.

– ¡AAAAAHHHH! —gritó de emoción y volvió a acogerlo entre sus brazos.

Al otro lado, Allan y Sophie escucharon el grito.

– ¿Qué fue eso? —preguntó el rubio pícaramente a la joven.

— Sshh —lo chistó— Déjalos ser.

En su pecho, su corazón se hizo tan pequeñito, como una nuez. Extrañando, anhelando, recordando las miradas risueñas que intercambió con Max, casi nostálgica, acarició sus bolsillos en busca de su celular, pero se encontró con Allan mirando cabizbajo el suelo, algo en su mirada le comunicó a Sophie que podía esperar, que alguien la necesitaba más y sin pensarlo su palma reposó en el hombro del más bajo, lo sacudió un poco y él pareció sonreír.

Era difícil. Nunca se había detenido a pensarlo, que aunque las almas venían en pares al mundo, había aquellas que jamás se encontraban.

— Estoy bien, estoy bien —rió Allan, pero no se sintió real.

— ¿Qué quieres hacer ahora?

— ¿Nosotros? —hizo una mueca de asco, mirándola de arriba a abajo, haciendo que ella entornase los ojos.

— Lo lamento pero no voy a dejar que interrumpas a los novios —lo empujó— Anda, camina.

Allan suspiró en vano. Quizá un café o varios tragos podían hacerle compañía, ah, y una pelirroja.


















.
.
.

"Apuesto que lamentas el día en que besaste a un escritor en la oscuridad..."
Lorde. Writer in the Dark.

TempelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora