La ciudad tenía otro color durante la noche. Las luces resplandecientes simulando estrellas. La gente caminando deprisa en la oscuridad. Nunca pensó que el planeta sería así, lo imaginaba diferente, y no le gustaba menos por eso. Lo que veía a través de la ventana, lo cautivaba.– ¿Podemos viajar?
– ¿A dónde? —replicó, Efel.
– No lo sé. ¡A recorrer el mundo! —exclamó el castaño, cuyo cabello comenzaba a crecer, dejando a la vista sus claras raíces.
– Se necesita mucho dinero para eso, lamentablemente. —respondió, decaído.
Tempel se alejó de la ventana y lo abrazó por detrás, el otro, que estaba sentado en una silla del comedor, suspiró cansado. No le molestó el gesto en lo absoluto, lo sintió tan natural como respirar, casi.
– Lo siento mucho, Tempel.
– ¿Por? —habló el otro cerca de su cuello, erizándole la piel levemente.
– Si tuviera suficiente dinero, te llevaría a recorrer el mundo.
Su corazón se hizo pequeño en su pecho, cálido y ameno. Lo estrujó con más fuerza.
– Soy afortunado de estar donde estoy. —dijo—. Y todo gracias a ti. Aunque ir a Canadá no estaría mal.
– Pero si no hice nada. —refutó el humano.
El cometa le despeinó el cabello y se incorporó hasta caminar nuevamente hacia la ventana.
– Oye, en serio no hice nada. —repitió, Efel.
– No funciona así, El.—explicó con calma—. Ustedes los humanos no consiguen entender la magia que llevan dentro.
– ¿Qué?
– Nada .—rió, sin que le hiciera gracia realmente—. Lo vas a entender en algún momento, eres inteligente y sensible.
– ¿Gracias?
– Pero yo soy más apuesto.
Y ahí estaba nuevamente, el mismo imbécil que apareció en su cocina desnudo casi un año atrás, aquel cuyo vocabulario parecía sacado de un sinnúmero de programas de bajo presupuesto en la televisión, con sus sonrisas solares y sus pecas lunares, y aquellos ojos nocturnos.
Detestaba lo mucho que había llegado a quererlo, porque sabía mejor que muchos, lo rápido que el tiempo podía pasar. Eso que crecía dentro de él, que resplandecía con la misma intensidad que el núcleo de una galaxia, era de lo que tanto huía y ahora, le había encontrado.
– De todas formas, voy a llevarte a algún lado. —dijo Efel, lleno de esperanza.
– ¡En serio! ¿Dónde?
– Aún no lo sé, pero será hermoso.
Hermoso, pensó Tempel y lo miró con anhelo, sin que se diera cuenta. Entendía que no se trataba del lugar, sino de la compañía y él tenía a la mejor consigo. Era feliz, tanto que temía que todo fuera a desmoronarse de imprevisto.
Era consciente de cuántas personas pedían deseos a diario, cada noche, en todas partes del mundo, y de entre todas esas personas, fue Efel. No había manera de explicar por qué él y no otro, era la forma en que funcionaba el universo. Sin embargo, las cosas que sí podían explicarse, las que le intrigaban, habían ido disipándose conforme vivían juntos, los primeros meses fueron realmente incómodos, para ambos, el cometa no había extendido la mitad de su vocabulario y hacía todo mal, inclusive ir al baño y vestirse. Efel la pasó mal, pero también descubrieron cosas el uno del otro.
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Tempel
Teen FictionSobre seres fantásticos que iluminan la vida de las personas, siempre y cuando, estén dispuestas a creer que el amor existe. Efel es un joven pianista que sólo conoce la soledad y el tedio. Tempel es un cometa que apenas tiene brillo, el universo p...