– Mierda, Allan.– Es tu culpa.
– ¿Mi culpa?
– Caminas muy lento —reprochó.
– ¡Qué! —no lo podía creer— Literalmente haz estado detrás de mí todo este tiempo.
El rubio recuperó el aliento, claramente mucho menos en forma que la chica pero muy lejos de admitirlo.
– Pues claro, muy rápido no puedo avanzar si te tengo al frente.
Ambos habían llegado a la cima del faro sólo para descubrir que el espectáculo había acabado, el Sol ya no estaba reflejándose en el cristal y las personas comenzaban a alinearse para bajar. Se hicieron a un lado y fueron a buscar a Tempel y Efel.
– Se lo perdieron —dijo una voz pacífica detrás de ellos.
– ¡Fue increíble! No sabía que esta clase de cosas eran posibles —esta vez la enérgica voz de Tempel resonó.
Sophie y Allan se voltearon al instante.
– Fue su culpa —dijo el barman, señalando a Soph.
– Sí, claro —rió la joven.
Tempel los rodeó a ambos con sus brazos y los acercó hacia él mientras miraba a lo lejos como las nubes eran empujadas por el viento.
– Me alegra que se lleven bien —mientras lo dijo, cerró los ojos, hizo aquello que mejor sabía hacer y conoció sus sentimientos. Ambos corazones eran cálidos, Tempel se sentía afortunado y amado— Los quiero muchísimo.
En ese momento, los otros dos supieron que cada uno era especial a su manera y que realmente no importaba nada más.
– Pero a Efel lo quiero más —sonrió guiñándoles un ojo y separándose de ellos para ir a buscar al pianista que se había quedado solo intentando no interrumpir el momento.
– Llamémoslo un empate —Allan le ofreció la mano a la chica.
– Me parece bien —ella la apretó.
Se quedaron ahí un rato a esperar que los dos que llegaron al final disfrutaran aunque sea un poco de la vista y luego bajaron, acordaron que la mayoría tenía hambre por lo que se detendrían a desayunar en el camino a Aboki. No tardaron mucho en darse cuenta de que no había ni un sólo puesto de comida en toda la vía, por lo que su única opción fue bajarse en la próxima estación de servicio.
Mientras Sophie llenaba el tanque de la van con gasolina barata, los demás entraron a la pequeña tienda que presumía estar abierta las 24 horas. Allan se tapó la nariz al entrar, apestaba a cigarrillos y al rubio le encantaba exagerar, a Efel apenas le molestaba, estaba más que acostumbrado. Tempel olisqueó curioso y luego estornudó.
– Elijamos algo y salgamos de aquí —dijo Allan, con voz nasal y sus dedos a modo de pinzas en su nariz.
Efel rió: –Deja de llamar la atención.
– Pero si no hay nadie aquí.
– Un momento —alertó Tempel— ¿No hay nadie?
Entonces los tres se asomaron para inspeccionar el mostrador, definitivamente no había nadie. Pensándolo bien, tampoco había nadie ayudando a Sophie con el combustible.
– ¿Hola? —preguntó Efel, sin recibir respuesta— ¡Hola! —gritó esta vez.
Nadie respondió. A Efel le preocupó un poco, tenía mucha hambre, pero no iba a irse sin pagar. Al voltearse, se encontró con sus dos acompañantes llenando sus brazos de snacks y bebidas.

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Tempel
Novela JuvenilSobre seres fantásticos que iluminan la vida de las personas, siempre y cuando, estén dispuestas a creer que el amor existe. Efel es un joven pianista que sólo conoce la soledad y el tedio. Tempel es un cometa que apenas tiene brillo, el universo p...