IV

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Entonces se sorprendió pensando en lo atractivo que era su compañero de piso, como jamás se había encontrado en una situación similar, es decir, nunca se había sentido tan cercano a alguien, sus ojos sólo perseguían aquel cuerpo, intentando comprenderlo. Como gotas de agua deslizándose sobre el parabrisas de un vehículo a toda marcha, cayendo irreparablemente bajo la acción de una fuerza superior. Una fuerza desconocida.

Y esa belleza que tanto lo acechaba, era algo fuera de este mundo. ¿Cómo no iba a serlo? Aunque no le apetecía admitirlo, era hermoso.

- Me estoy sintiendo incómodo .-carraspeó Tempel mientras sonreía, haciendo que Efel desistiera de verlo al instante-. No te avergüences, es normal que mi apariencia te deslumbre, pero recuerda El, lo muy esencial... Es invisible a los ojos.

Eso lo cabreó, no sólo porque estuviese citando incorrectamente al Principito de Saint-Exupéry, sino porque tenía razón. Tenía toda la puta razón. Pudo sentir la sangre subiendo hasta su rostro y le propinó un golpe en la cabeza.

- No te emociones .-le dijo, lo menos nervioso que pudo, y se acomodó un mechón oscuro de pelo detrás de la oreja-. Estaba pensando... ¿Quieres salir cuando vuelva del trabajo? Te llevaré a recorrer la ciudad.

Tempel falló en su intento de ocultar la emoción.

- ¡Sí! .-exclamó-. ¡Cielos! ¿Qué voy a ponerme?

El joven pianista rió suavemente, a sabiendas de que esos eran los efectos que la televisión, específicamente la película Clueless, tenía en el léxico del cometa.

- Tendrás tiempo para pensar en eso, sólo no toques mis cosas. ¿Entendido?

No esperó una respuesta, se movió ágilmente hasta el castaño y le dio un par de palmadas en la espalda a modo de ánimo, continuó hasta su habitación. Una vez ahí, comenzó a desvestirse para ponerse el traje que ahora usaba como uniforme. Se veía perfecto en él, pequeño y sofisticado, como si hubiera nacido para vestirlo, o eso pensaba Tempel.

No había visto eso más que en películas, todos ahí parecían haber sido forzados a vestirlos, pero Efel no. Él tenía algo intrínseco a su naturaleza que le brindaba un aire de sensualidad cuando estaba solo, solo sobre un pequeño escenario entonando melodías creadas en otros tiempos, así lo imaginaba él ya que no lo había visto nunca. Para Tempel no sólo superaba la realidad, era lo que la componía.

- Entonces te veré en unas horas.

- Sí .-le acomodó la corbata y Efel se alejó un poco.

- Bueno, me voy. No hagas nada raro, te lo ruego.

Tempel sonrió con malicia e hizo un guiño. Cuando la puerta se cerró, ambos suspiraron.

Tras la última canción, el público aplaudió emocionado, había sido perfecta. El corazón del pianista traía emoción consigo, aliento, un esperanzador latido de alegría que se transmitía entusiasmado. Esa noche sucedería algo. Efel recogió sus cosas y partió a casa, esta vez llevaba consigo una sonrisa y mil ideas.

Lo llevaría a caminar por el muelle, en esa época del año el clima era cálido y el viento siempre olía a sal. Los veleros descansaban cercanos a la costa y la luz de la luna se acostaba sobre el mar, pero no se compararía nunca con lo que había visto a través de los ojos de Tempel.

Cuando llegó a casa, un joven vestido de blanco lo recibió, tuvo que cubrirse los ojos ya que fueron encandilados por el brillo del contrario.

TempelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora