XX

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Se sentía sola la mayor parte del tiempo cuando estaba lejos de él, tenía un par de amigos, pero nadie la hacía sentir lo mismo. Seguramente porque se había encerrado en su pequeño mundo. Y la cúpula era frágil, él había entrado con ella y ahora estaba despedazando el cristal al intentar irse.

Una parte de ella sabía que estaba actuando mal, que debería apoyarlo. Si tan sólo se lo hubiera contado antes, si no hubiese sido tan repentino. Había aniquilado su ataraxia.

– ¿Qué pasó? —preguntó Tempel, ayudándola a sentarse y ofreciéndole el vaso con agua que Efel había servido.

La pelirroja lo aceptó y tras unos sorbos, comenzó a llorar más fuerte. Había algo en Tempel que le generaba confianza, una empatía suprema, ella no sabía cómo explicarlo pero sólo con verlo a los ojos hizo que el nudo en su pecho se desatara y sintió que ya no cargaba sola con ese peso, desencadenando una lluvia de lágrimas.

– Max —gimoteó— Va a irse a estudiar a... Canadá.

– ¿Felicidades? —dijo Efel dudoso.

El cometa y la joven le dirigieron una mirada asesina que lo hizo querer callarse por el resto de su vida.

– ¿Tan de pronto?

– No... Lo estuvo planeando los últimos seis meses pero nunca me dijo nada. —explicó— ¿Cómo? ¿Cómo se supone que lo entienda?

– ¿Qué te preocupa, Sophie?

– Es como si, durante esos meses, mientras yo planeaba nuestro futuro juntos como una tonta. Él estaba planeando alejarse de mí.

– No creo que su intención sea alejarse de ti —trató de alegar.

– Entonces, ¿por qué? Podría estudiar en la mejor universidad del país si quisiera. Me hace creer que tal vez no soy tan importante para él después de todo.

El cometa cerró los ojos, respiró profundo y concentró toda su energía en sus manos, que sostenían las de Sophie, al hacerlo pudo transferir una parte de sus recuerdos. Los recuerdos de cada vez que Max la miró como si fuera lo más hermoso que hubiese visto, cada vez que Tempel presenció el amor que los unía. Porque a veces era fácil que esas cosas tan importantes pasaran desapercibidas, si tan sólo pudiesen verlo desde la perspectiva de alguien más.

Y a su vez accedió a los recuerdos de Sophie, a aquella noche en la que Max le dio la noticia. Tempel entendió que las intenciones del joven no eran malas, pero sintió frío en el pecho.

– Tempel...—murmuró la fémina— ¿Qué...acaba de pasar?

Él sonrió como si no se tratase de nada.

– ¿De qué hablas?

– No... No recuerdo por qué estaba llorando.

– Sophie. Max te ama muchísimo, no le gusta para nada la idea de alejarse de ti. Hace esto porque quiere darte lo mejor de lo mejor y porque confía en que te hará más fuerte.

– Pero yo...

– Hay cosas que siempre haz querido empezar pero no lo haz hecho porque nadie te empujó a hacerlo. Es eso, Soph. Sólo necesitabas un empujón. No estás sola. ¿Lo sabes?

– ¿No?

– Claro que no, tonta. Nos tienes a nosotros —y se giró para mirar a Efel, quién los observó e hizo el signo de paz con su mano derecha.

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