5|UNA SOGA EN EL CUELLO

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9 Marzo del 610

Charles Balderik.

—Me encantaría poder decir que estoy feliz de que estés aquí —murmuró colocando con furia las camisas en las perchas para después meterlas en el armario —Pero odio mentir, Calandra.

Le di la espalda fingiendo que estaba muy concentrado guardando mi ropa dentro del armario para que ella abandonará la maldita habitación.

No podía estar con ella, su presencia me ahogaba hasta el punto de llorar por la desesperación.

La relación con mi progenitora no era la mejor de todas, no era un secreto para nadie lo decepcionada que ella estaba conmigo y las decisiones que tomé a lo largo de mi vida, ella lo dejó muy claro en muchas ocasiones. Ella me obligó a tantas cosas que ya no puedo ni mirarme al espejo y pensar que lo mejor que me hubiera ocurrido hubiera sido morir esa noche junto a mi padre.

Se que ella esperaba algo más de mi, se que ella tenía muchas expectativas acerca de quién iba a ser en el futuro. Y ahora en mis veintiséis años aún me dolía seguir siendo una decepción para mi familia.

—¿Cómo estás, Char? —preguntó y esa pregunta género que los movimientos se volvieran más lentos y un nudo se creará en mi garganta.

No estoy bien, mami, pero debo fingir que lo estoy para no ser un fastidió.

Pero no podía hacerlo porque ya no existía la misma confianza que había entre nosotros. Ya no confiaba en mi propia madre, tenía miedo de ser juzgado.

Cerré mis ojos ahuyentando las lágrimas.

Realmente me odiaba muchísimo porque con tan sólo escuchar un ¿Cómo estás? Me quería poner a llorar.

Tardé unos segundos en responder cuando finalmente abrí mis ojos.

—Ve directo al grano y dime que es lo que quieres de mi, Calandra —dije dándome la vuelta, apoyando mi cadera contra la puerta del armario y cruzando mis brazos.

Apretó sus labios con fuerza y me dio unos segundos para detallar brevemente su aspecto.

Un vestido negro liso ajustado a su cuerpo que llegaba por debajo de sus rodillas, dejaban apreciar la figura que mi creadora había mantenido estos últimos años, aunque a mis ojos ella siempre se veía distinta, más delgada, más enferma, más débil. Su cabello castaño estaba peinado para que cayera sobre su hombro, sus ojos oscuros brillaban con fuerza.

Y Calandra, como siempre, se veía pulcra y maquiavélica.

Calandra podría ser la perra más despiadada del mundo, esa faceta se la dejaba ver a la sociedad que nos rodeaba. Pero con su familia, ella no era así con su familia, no expresaba su completo amor pero nosotros sabíamos que ella nos quería.

Calandra no era el tipo de mujer que le gusta dar atenciones de amor, lo hacía con pequeñas acciones.

—Me gustaría que me volvieras a llamar mami como cuando eras un niño —susurró sentándose en mi cama.

A mi me gustaría que dejarás de presionarme.

Me mordi la lengua.

—No me gusta traer el pasado a colación a no ser que sea importante —murmure —Así que no me hagas perder el tiempo, Calandra.

Suspiró enderezando su espalda y a su vez hizo sonar su cuello acompañado de una pequeña sonrisa.

—¿Haz pensando en lo que te dije? —preguntó abriendo sus ojos, en ellos había un nuevo brillo, una determinación maquiavélica.

LA ORDEN DEL FÉNIXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora