XVIII. De hombres lobo compañeros (y el robo de bancos)

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29 de agosto de 2003 (actualidad)

—Voy contigo.

—No.

—Remus...

—Fenrir.

—¡Me estás haciendo enojar!

—Ahora sabes lo que se siente estar contigo.

—¡Por el amor de Dios, Remus!—Fenrir gruñó, con los puños apretados a los costados y el corpulento pecho agitado, tratando de controlar su temperamento y el deseo de afirmar su dominio sobre su pareja. Dicho compañero, de una manera típica para él, se negó a retirarse.

—¡Fenrir, necesito que te quedes con Teddy!

—Teddy estará a salvo con la manada. Estarías más seguro conmigo a tu lado, y lo sabes. Remus—exhaló ruidosamente mientras metía la ropa que se iba a poner dentro de una desgastada mochila de cuero. Se lo echó al hombro y se volvió hacia Fenrir.

—¿Vas a acompañarme al perímetro o no?—preguntó malhumorado.

—Eres tan malditamente terco, Lupin—gruñó el otro hombre en lugar de responder.

—Bien. Entonces adiós—Remus se dio la vuelta, su cabello color óxido agitándose al azar por la fuerza de su giro y salió de la choza. Fenrir no hizo ningún movimiento para seguirlo, pero Remus se detuvo en la puerta cuando susurró con brusquedad en el doloroso silencio de su hogar.

Mi alma gemela*, te amo.

Remus se desplomó, su frente descansando contra la madera frente a él.

—... y dices que soy terco, Fen—murmuró con voz ronca. Sintió la fuerte presencia contra su espalda y una barbilla desaliñada descansaba sobre la unión de su hombro—No me hagas esto —le imploró Remus en voz baja.

—Va en contra de todo lo que soy para rogar, Remus, pero lo haré si eso evita que vayas solo. No dejaré que mueras por esto.

—Estás tan seguro de que voy a fallar en mi misión—afirmó, pero no empujó al hombre—¿Dudas tanto de mi fuerza?

Sintió a Fenrir sacudir la cabeza contra su cuello, y las manos en sus caderas lo giraron para quedar de pie entre Fenrir y la puerta. 

—No dudo de tu fuerza dilectus alterum*—le dijo con firmeza—Solo deseo cargar con el peso de tu hombro—Remus suspiró de forma casi inaudible, levantando una mano para agarrar el costado de un cuello musculoso antes de pasar los nudillos por la mandíbula espinosa.

—... ¿Cómo supones que explicamos tu presencia con Bellatrix Lestrange a los Goblins cuando nuestra especie ha sido exiliada?—preguntó finalmente.

Fenrir se encogió de hombros. 

—Me han visto con ella en el Callejón Diagon antes. Podría ser reclutado como guardaespaldas para todos los que saben. Demonios, soy un mestizo. Tal vez tengan algo de simpatía.

—Los goblins no son famosos por su simpatía, Fenrir. Codicia: sí. Simpatía: no tanto.

Fenrir resopló. 

—Entonces los sobornamos.

—¿Con que? No tenemos nada que ofrecerles.

—Tenemos esa espada—hizo un gesto hacia la bolsa mágicamente expandida que llevaba Remus, pero Remus negó con la cabeza.

—Lo necesitamos para destruir la copa.

—Quid pro quo*, Remus. Tal para cual. Usamos la espada para destruir la copa, luego entregamos la espada a los Goblins.

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