Shanks | Malentendido

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Modern AU

Toqué el timbre de la casa de un chico que conocía muy bien repetidas veces.

Estaba nerviosa y enfadada, más de lo que me gustaría admitir.

—¿Skie? —preguntó extrañado al verme aparecer por ahí. Lo que hizo que me enfadara aún más.

—¿Qué narices haces, Shanks?

—Eso te puedo preguntar yo a ti.

—¡Te has quedado sin un brazo, joder! ¡Es serio!

—Oh, así que es eso... —dijo distraído.

—¿En qué pensabas? ¡No has querido ni llamarme! —espeté.

—Amor, tranquilízate.

—¿Ahora soy amor? Jódete, Shanks.

Me di la vuelta para volver a salir de ese apartamento, pero el pelirrojo me agarró del brazo y volví a mi posición inicial.

—Iba a decírtelo, ¡pero estabas de viaje! No quería arruinártelo —se excusó.

—Seguro que mi viaje era más importante que decirme que has perdido un brazo salvando a un niño.

—Lo siento.

Bajé mi vista a su brazo inexistente. Me recorrió un escalofrío solo de verle.

Se había comportado como un verdadero idiota.

—Shanks, mejor... No sé... —empezaron mis dudas —. Creo que podemos darnos un tiempo, hasta que asimile la situación. 

No quería dejarlo, lo quería mucho. Pero, me molestó muchísimo que no me dijera nada. 

La semana siguiente fue horrible

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La semana siguiente fue horrible. Estaba totalmente confinada en casa y lo único que hacía era tomar helado. Tenía ojeras visibles y rímel de dos días corrido.

Mis amigos habían intentado consolarme, como Yassop, pero yo solo quería llorar.

Era irónico, ya que la decisión había sido mía. Creo que me hice demasiado dependiente de ese hombre, porque una semana sin él había sido unas de las peores de mi vida. 

Llamaron a la puerta, me levanté con la poca energía que tenía a abrirla, pero cuando hice, me arrepentí al instante.

Shanks.

La cerré inmediatamente, no podía dejar que me viese en ese estado. Tenía que hacerme la dura, como si no le hubiera necesitado en todo este tiempo. 

Pasé mis dedos por mis párpados y me quité lo mejor que pude el maquillaje corrido. Dejé el helado a un lado y me golpeé la cara varias veces para espabilarme.

—No es la primera vez que te veo en ese estado —dijo nada más abrir la puerta de nuevo. Me entraron ganas de estampársela en la cara.

—¿Qué quieres?

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