El último Swing de los Sultanes

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*El video es un breve epilogo para ver al final de este capítulo.

Mientras los militares intentaban controlar la sangrienta revuelta, otra batalla, más pequeña y más cruel estaba por comenzar en el Cocoon-Club. Los Sultanes del Swing se encontraban en la armería de la parte trasera del club buscando entre las cajas de munición algo que pudiera surtir efecto ante la amenaza insólita de La Mujer Desnuda. A media luz, dado que un generador de energía había estallado producto de los combates, los hombres de Howar se atiborraban de cargadores, pistolas, rifles y escopetas. Aquellas armas clandestinas, utilizadas en operativos de secuestro no eran las galantes piezas de metal que usaban los soldados.

Desprovistas de honor como sus dueños habían sido traídas de Salef, La Ecc, El Congo, Alhastan y casi todo país que Himburgo hubiera invadido en esos años. Los escuadrones de la muerte del ejército eran aun secretos para generales como Russel. Solo selectos miembros de la inteligencia, las fuerzas armadas y el gabinete conocían de sus operaciones en detalle.

No vestían uniformes, ni llevaban identificación alguna. Eran las sombras esquivas e ignotas de una dictadura sangrienta. "Los Hombres de Gris", "Los que chupan gente", como se decía en los barrios pobres. Los "Clandestinos", "Comandos civiles" y otros tantos nombres que aun hoy resuenan en la cabeza de los Himburgueses como un miedo que no tiene rostro.

Los Sultanes del swing se miraban nerviosos los unos a los otros mientras se pertrechaban al acalorado ruido de arneses, balas, granadas y cartuchos. Habían oído lo dicho por Tigre "Se cojio toda la comisaria" ¿Una sola mujer? ¿La misma que ellos recordaban? ¿La pendeja borracha? A pesar de estar imbuidos en un mundo de secretismo y horror demasiado complejo para imaginar, en sus ojos estaba patente el terror.

En cualquier momento "eso" iba a caer sobre ellos como un torbellino de violencia indetenible que no iba a cejar un segundo en aniquilarlos. No había lugar para tratos, negociaciones o piedad. Como una marea de tinieblas iba a sacudir todo el Cocoon-Club hasta que no quedara ni uno solo de ellos y tan pronto como habría llegado, se marcharía dejando un rastro de sangre y fuego detrás de sí.

Howar, más avispado que la mayoría entendía cual era el miedo de sus hombres. Temían a la Mujer Desnuda por que habían hecho lo mismo un sin fin de veces. Conocían mejor que nadie lo que significa ser arrancado de la vida en un instante cegador, no falto de balas y ajetreó. Si había en sus mentes algún rostro fantasmagórico de los cientos de secuestrados y ejecutados, en este momento se aparecían delante de ellos mostrándoles la fosa común a donde iban a ir a parar. Paradojicamente, La Mujer Desnuda era una creación muy similar a Howar y los sultanes. Un hermoso rostro de galante sonrisa con una brillante guadaña traicionera escondida detrás. Ellos estaban entrenados para todo en este mundo, menos para ser víctimas de sus propias tácticas.

La Mujer Desnuda no hacía juicios morales sobre las misiones que se le encomendaban desde El Otro lado del Círculo. No tenía reparos ni se medía a la hora de cumplir los necesarios objetivos. Su único propósito era matar. Matar de manera eficiente, ordenada y direccionada. Elevar reporte a su superior y hasta mañana. Igual que los Sultanes del Swing y tantos otros como ellos.

A solo cien metros del Cocoon, sus pies descalzos avanzaban hacía el cartel luminoso frente a la gasolinera de la Wako. Sus ojos amatistas encontraron el objetivo y sin que se le cayera un pelo de esa cabellera abultada y seductora fue hacía ellos. El observador en la terraza la vio cruzar la calle con la diligencia de una emisaria de la muerte. No necesitaba cubrirse la cara, ni llegar con muchos otros tras ella, cubrir esquinas, hacer operativos sorpresa rodeada por la policía local. Venía sola como la última vez que estuvo allí. Desde el tejado del Coocon, el francotirador buscó con su mirilla su cuello níveo. El punto de mira se posó en esa hermosa piel blanca y suave. Cargó la bala y contuvo la respiración.

Memorias de la NevadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora