Un Puente hacía el Olvido

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Un Puente hacia el Olvido

Como en cualquier otra mañana de los últimos veinte años, Gawayn, el vagabundo de Witters Alley despertó con una fuerte resaca producida por el licor barato al que su limosna podía acceder. Desafortunadamente el Mundial había terminado para Himburgo y ahora los comerciantes habían abandonado la tregua para convertirse en los mismos agarrados de siempre. Aunque Joes! continuaba supliéndolo de una cerveza Milton y cena gratis cada noche. A pesar de que Gawayn odiaba a la gente religiosa, tenía que aceptar que los evangelistas dueños del lugar eran los más generosos de todos.

La diferencia en relación a otros días era que esta vez no despertó producto de las estrías de sol que cruzaban el viejo puente ferroviario debajo del cual dormía. Sino debido al monstruoso sonido de camiones, grúas y palas mecánicas accionándose casi inmediatamente una después de la otra. El rugido de los motores de cada una de esas moles de acero perturbó el siempre apacible silencio del arroyo Shapuka y el viejo puente que Gawayn había escogido como improvisado hogar.

Los camiones del ejército habían dejado de descargar allí sus sucios asuntos desde terminada la actuación del equipo nacional en el Mundial. Y Gawayn había regresado al puente pensando en encontrar la paz que tienen lugares como estos, alejados y olvidados por todo el mundo menos los vagabundos como él.

El puente había sido en años mejores uno de los primeros orgullos de Witters Alley a inicios del siglo pasado. Sobre él no solo iba el ferrocarril sino también todo lo que se podía extraer de las minas al oeste y nor oeste del pueblo. Incluso, no muy lejos de allí podían verse las vías adentrándose en un túnel de montaña cerrado en los 60 junto a la mina de carbón. Aun algunos habitantes de Witters intentan descubrir cómo fue que el pueblo sobrevivió a la quiebra de la Witters Coal Compañy. Cuyos propietarios eran, además, los fundadores de la ciudad. Gawayn sabía la respuesta, sobrevivieron lastimosamente como muchas otras ciudades del sur.

Pensando que tal vez a alguien se le había ocurrido re abrir la mina (una vieja promesa de todos los intendentes de Witters desde su cierre) Gawayn salió de abajo del puente trepó por los matorrales esquivando las latas oxidadas y la basura del hospital de Fixa como además, ciertos pedazos de restos humanos dejados por los invisibles invasores del Coocon que el arroyo había arrastrado hasta los pilares.

Una vez al nivel de la carretera se encontró con cientos de hombres con casquetes amarillos y jardineros de trabajo. De haber tenido una cámara Gawayn hubiese sacado una foto. La última vez que hubo tanto trabajo en Witters debió haber sido en la posguerra. Ahí estaban los modernos logos de la compañía constructora Bixie Brothers con sus azules letras brillando de cara al cálido sol de la mañana. Vio ingenieros, capataces, obreros y maquinistas apresurados por comenzar tareas que de momento el desconocía su propósito.

Fue entonces que, tras divisar a los enormes diez y ocho ruedas llegar por la ruta 4 cargando material de construcción, dos hombres de casco blanco con ropa de oficina y modernas radios en sus cintos le llamaron de manera un tanto brusca. Quien parecía el respetable líder del proyecto llegó donde Gawayn y dijo:

— Oiga...¿Usted vive aquí? — Señaló el puente.

— ¿Ve alguna casa por acá? — Contestó Gawayn cascarrabias.

— Bueno, dele un beso de despedida viejo. —

— ¿Eh? — Preguntó el vagabundo.

— Lo vamos a volar. —

— ¿¡Que!? —

— Que lo vamos a volar en mil pedazos le digo. Y no es su puta casa como para que tenga que darle explicaciones. Solo váyase, estamos preparando la demolición.

Memorias de la NevadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora