Para que el Mal Triunfe
Solo hace falta que los Hombres Buenos no Hagan Nada.
La madrugada en que Lucy Drissen desapareció, Peter, su supervisor en la estación de servicio, se preparaba para marcharse a Fixa Town muy decepcionado como todo el mundo por la fallida semi final de la Selección Himburguesa. A pesar de ser el gerente de dicha estación de servicio, siempre era quien se iba último para asegurarse que estuviera todo en orden a su llegada por la mañana.
De lo que vio desde el Mini Bar sobre el asunto poco puede decirse. Hubo cierta agitación en el Cocoon y por razones que en ese momento no se supo explicar evidentemente la fiesta terminó temprano. Imaginó que, al igual que él, pocos estaban de ánimos para celebrar una derrota tan trágica. Victimas del exitismo digno del deporte, la gente del Cocoon había preparado todo para que la fiesta coincidiera con el paso a la final del equipo a la copa del mundo. Todos los pronósticos indicaban que Himburgo debería ganar cómodamente luego de una campaña inigualable hasta entonces. A la mañana siguiente todo el merchandaising y banderitas amanecerían tirados a la basura...Aunque no sería lo único que terminara por desaparecer de la vista y del recuerdo aquella noche.
Peter Leggins salió al estacionamiento hacía su viejo Ford blanco una vez terminó de apagar las luces. Como era costumbre de un empedernido fumador se encendió un cigarrillo a pesar de que ya la llovizna empezaba a convertirse en lluvia de verdad. Quebrantando su propia ley de no fumar cerca de los surtidores de gas admiró el inmutable silencio en que Witters (y francamente, el País) había quedado inmerso tras la derrota.
Mientras el humo de su cigarrillo se elevaba sobre su calva unos pasos apresurados llegaron desde la oscuridad. Peter miró a su derecha y encontró a un hombre de color que llevaba una guitarra enfundada. Era un anciano de unos setenta y algo con un bonito sombrero panameño y un abrigo grueso. Su rostro afable fue iluminado por el alumbrado público junto a la estación.
— Oiga buen hombre... ¿Ya cerró? —Preguntó el músico sonriendo.
— Sí. ¿Que se le ofrece?— Preguntó Peter sin ganas de ayudarlo en lo absoluto.
— Estoy con mi nieto en el auto y quiere un chocolate. Imagine como esta el pobre luego del part....
— Esta cerrado señor.— Dijo el jefe de Lucy Drissen.
— Ah...— El anciano músico mordió sus labios y miro en rededor buscando otro lugar donde comprar un chocolate a su triste nieto. — Bien, probare en otra estación, gracias.
Peter Leggins hizo un gesto parecido a un saludo de mala gana y le dio la espalda. Cuando llevo su mano a la puerta del ford la voz de Jimmy, el músico, brotó por detrás. Pero en un tono más bien suspicaz.
— ¿Va para el Norte?
Sin ánimos de conversar, pero llevado por lo que él consideraba "La mínima buena educación con un negro" (Algo así como, en lo posible, no romper la ley) Peter contestó con la colilla del cigarrillo en su boca.
— Se.
— Si fuera usted miraría bien el camino. En una noche con lluvia muchas cosas pueden pasarse por alto a la vista...
— Aja...
— Y lo que los hombres de bien desechan, el mal lo recupera. Y cuando lo recupera, lo deforma.
Peter solamente le dedicó una mirada de soslayo y se metió en el Ford para salir lo más rápido de allí. Cuando rebasó el auto de Jimmy, el músico de Blues, este le elevó el pulgar con una sonrisa. En el carro algo destartalado del hombre de color podía leerse una etiqueta que explicaba, en cierta manera, el extraño hablar del hombre.
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Memorias de la Nevada
FantasyUn alcohólico escritor frustrado y la victima de una espantosa violación son abordados por una maligna deidad que vive en el único manuscrito del autor. Necesita que le provean un cuerpo y restituyan su memoria para sumir al mundo en las tinieblas.