La Hora de Mísinas

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Capítulo XX

La Hora de Mísinas

Ya todo estaba en su sitió. Las piezas del tablero que había acomodado con tanto esfuerzo y cálculo habían acabado haciendo exactamente lo que ella predijo. Ahora empezaba a recuperar su poder y sapiencia tras años y años de antigüedad. Tuvo suerte de que La Mujer Desnuda no se enfrentara ante enemigos más capaces en el hospital. Pues en efecto, estaba débil como un recién nacido. Así como la estrella de Mísinas operaba a su mínima potencia dado su amnesia, la Mujer Desnuda solo era capaz de actuar de forma limitada a comparación de lo que podría provocar una vez restituido su nombre y esencia.

Era la estrella de Mísinas, la antigua devoradora de mundos, de almas. La que siempre esta hambrienta, la que siempre está vacía. El punto amatista en el cielo que se aparece cada unos tantos milenios sobre el cielo y fulgura e irradia rayos de poder que atraen a los gentiles y los desesperados. Un faro en la noche que lleva a un acantilado de desesperación a quienes caen bajo su influjo. No había bien o mal para ella, pues como dijo Thomas, ella era más antigua que el bien o el mal. Más vieja que los Dioses de Balbania, más anciana que la luz o las sombras. El lado vacuo de la complitud de la vida. El negativo de una fotografía del universo.

Un poder hace milenios olvidado en los anales de la historia del hombre. Y lo que era peor para ella, una estrella derrotada, vencida por Arcón El Hechicero en el Monte de Sitún cuando sus influjos dominaron la mente y el poder del Ignoto Igrrisen, el primer ser en rebelarse ante los dioses.

Su forma de actuar había sido siempre la misma y le fascinaba el hecho de que el mismo truco funcionara una y otra y otra vez. Irradio amor, carisma, cariño, comprensión, sabiduría a todos los seres de pensamiento. Excluyo a uno, tal vez dos. Los excluyo de mi luz hipnótica, seductora, de mi presencia magnifica hasta que sus almas imploren estar a mi lado. Como Jhoony, como Lidia. Los dejo fuera, los hago seres desdichados y grises cuya mente solo es capaz de desear lo que no tienen. Y lo que no tienen soy yo, la princesa de plata en el castillo de cristal. Con una sonrisa amorosa y una espada traicionera última y fatal.

Entonces en el momento exacto, les dejo venir a mí, como perros rabiosos. Algunos odiándome, otros amándome. No importa, solo deben tener su mente fija en mí. Y cuando llegan a los pies dulces de mi trono aquellos que quieran dominarme y destruirme solo serán dominados y destruidos. Como Lidia. Y quienes lleguen a mi lado deseando poseerme y sujetarme serán poseídos y sujetados. Todos al final creen que han vencido, como Igrrisen. Todos se creen capaces de dominarme, de devorarse mi poder. Pero mi poder es el vacío, y ellos se vuelven vacíos también.

Con el tiempo había aprendido que muchos no hacen la diferencia entre una cosa y la otra siempre y cuando alcancen el final del sufrimiento. Un anhelo que compartían dioses, humanos y razas no humanas de la antigüedad. Quien se lanza a un precipicio no hace distinción entre la hierba o el desierto a la hora de estrellar su cabeza contra el suelo.

Sí, aun faltaba bastante como para darse el título de vencedora. Esta vez no iba a fiarse ni a subestimar a los seres humanos. Iba a esperar, a jugar un tiempo con la Mujer Desnuda allí en Witters. Regodearse de las fuerzas que albergaba, de lo invencible de su materia. Si los humanos querían ese liquido negro que recubría a su enviada cada vez que llegaba a la tierra, que lo junten de a montones. Después de todo le hacían un gran favor masacrándose entre sí. Como un veneno que se administra en pequeñas dosis infectaría a cuantos fuera posible. Leyendo y analizando sus pensamientos y deseos, para atraerlos a ella y devorarlos. Una, y otra, y otra, y otra vez.

***

De noche como siempre, como a menudo se había hecho en otros casos. Sin embargo, esta vez el ejército no iba a reprimir disturbios. Ni siquiera a secuestrar líderes políticos o sindicales. Aun así, en este tipo de despliegues se informaba a la tropa que cualquier ciudadano que no acatara las ordenes del personal militar o entorpeciera de forma alguna la operación era considerado una amenaza para su seguridad y la de su equipo.

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