El Nacimiento de la Mujer Desnuda

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Solo unas horas más tarde del ensamble de Lucy Drissen, el doctor Camparelli llegaba a su consultorio. Una vez abrió la puerta del mismo encontró dentro a un hombre vestido con un largo piloto gris y cabello rubio rapado. El visitante inesperado estaba revolviendo los papeles del médico, hechos un desastre en el suelo. Francamente asombrado, Camparelli se dispuso a emitir una queja, pero al primer sonido de su voz el hombre de gris se dio media vuelta echando fuego por los ojos celestes.

— ¿Que mierda paso a la madrugada?— Dijo acercándose al médico envalentonado.

— ¿Qué?..¿Quién..?—

— ¡Ya sabe a lo que me refiero Cuatrojos. La piba, intentó escapar. ¿No hizo lo que le pedimos no es así?

— Yo...—

— Yo nada, venga conmigo cuatrojos.

El hombre de gris tomó a Camparelli por el brazo y apretó sus músculos con tal brutalidad que el médico hecho un ligero quejido. — Camine y no se haga el idiota. Nos va a meter a todos en un problema.

De la mano de este gorila con facciones teutónicas, Camparelli fue por poco arrojado dentro del ascensor del tercer piso. Cuando la puerta se cerró Stan Laingley, mano derecha de Howard Fells lo increpó:

— Civilacho de mierda. Pensamos que podíamos contar con usted. No tiene idea el daño que le ha hecho a nuestra operación.

— Es que...Ella está en su habitación ahora, volvió por sus propios medios. ¿Cuál es el problema?— Comenzó a balbucear el doctor.

— Tendría que estar en la puta morgue ahora. No en su habitación. Se lo explicara a mi jefe.

Ya en la planta baja, Camparelli y Stan salieron por la puerta principal del Tronador Hills. Stan lo llevó al otro lado de la calle y lo arrojó dentro de un Ford Falcon con vidrios polarizados. En él Howar Fells y otros dos sujetos aguardaban. El humo del cigarrillo del oficial de inteligencia nublaba el interior del coche, fuera la lluvia bañaba los alrededores.

— Aquí esta cuatrojos, jefe. — Dijo Stan. Luego se volvió fuera del auto e ingresó en el asiento del acompañante delantero. Camparelli miraba nervioso los rostros homicidas del grupo de Fells. Inescrutables y de pretendida amabilidad.

— ¿Quiere un puchito Doc?— Dijo Tigre ofreciéndole un cigarrillo.

— No...no fumo.

— Que putito...— Rió el conductor.

Hubo silencio. Howar, sentado a su lado tenía la mirada perdida en el parque frente al hospital. Camparelli notó que estaba armado y llevaba una 45 en una correa sobre la cadera compuesta de tirantes sobre una polera negra. No se atrevió a decir una sola palabra. Finalmente Howar habló:

— No tengo mucho tiempo doctor. Dijo sin mirarlo. — Sin embargo tengo entendido que la muchacha intentó escapar y que por poco lo logra.

— Escuche yo no soy un...Soy un medico...

— No sea idiota Camparelli. Dijo Stan. — Nadie le pidió que la vigilara. Para eso estamos nosotros y la policía de mierda de esta ciudad.

Howar hizo una ademan interrumpiendo a Stan.

— Si hubiera hecho su trabajo no tendríamos que estar aquí desatendiendo cosas de mayor importancia. ¿Por qué no le dio la droga que le ordenamos? Debía habérsela suministrado anoche. Pero resulta que anoche el Kiosquero de la esquina la vio. Incluso le compró el diario. ¿Qué paso?

En lo que fue quizás el último rastro de arrojo y dignidad del Dr Camparelli, apretó sus puños arañando sus pantalones verdes producto del miedo y dijo intentando sonar firme:

Memorias de la NevadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora