Prólogo- Los Camiones.

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No voy a mentirles, Lucy Drissen estaba viva ...

La figura encorvada de Gawayn, el vagabundo ya conocido por todos en Witters Alley, se acercaba a paso lento con la cabeza gacha hacía las puertas de Joes! el parador de la ruta en el límite norte del pueblo. Aquel letrero de neón rosado de divertida letra cursiva al frente de Joes! emanaba su brillante luz sobre la oscura y vacía carretera, rodeada por la densa bruma de un Julio lluvioso. Las diminutas gotas de una no decidida lluvia se pegaban a sus cabellos ralos y chaqueta gastada como polvo de cristales. Las luces de tubo blancas dentro del restoran parador hacían de Gawayn más que un pálido fantasma.

Ingresó y la campanita en la puerta vidriada hizo su "Clin". Pero nadie volteo a mirar, los ojos, mentes y corazones de los clientes de Joes! estaban en el primer tiempo del partido de octavos de final que Himburgo disputaba con Hellens en la copa del Mundo de Bespaña. Sobre los ventiladores del amplio salón colgaban las tiritas blancas, azules y coloradas dignas de toda decoración chaubinista.

Ajeno por completo a la selección, Gawayn se sentó en la barra larga de JOES! y esperó como solía hacer siempre pasadas las 22 horas cada día de semana. Ya no era necesario que mendigara o rogara al dueño que cumpliera su deber cristiano para con los necesitados. Aburrido aguardo unos minutos.

El árbitro da comienzo al partido. Himburgo hace los primeros toques, ¡vamos selección!...Tiger pasa la pelota a J.C. Smith....¡Jirafa danos tu magia! Tony Gubba, leyenda entre los comentaristas y relatores de deportes le otorgaba al partido la emoción y la ansiedad que todo el país deseaba expresar en ese momento. A pesar de resultados regulares en la ronda de clasificación, Himburgo parecía que estaba listo para bordar su primera estrellita sobre el escudo de su camiseta. Hellens, una máquina de matar las esperanzas de otros equipos balbaneses en copas anteriores, aguardaba ansioso hacer igual.

Al percatarse de que esta vez debería reclamar lo que iba a mendigar Gawayn tocó el hombro del mozo en el mostrador con sus uñas largas y sucias.

— ¡Ah! Gawy...sí, toma.— De una gran heladera el hombre de cabellos cortos y camisa blanca le dio la cerveza Milton y la destapó sin quitar los ojos de la pantalla.

— ¿No vas a ver el partido? La casa invita...— Le dijo Rupert a Gawy.

— No. Este país no me dio una mierda. Ojala que Hellens nos elimine. — Dijo con una voz cansada y algo gutural.

Un camionero con camisa de leñador sentado en la barra le reprochó:

— Este país le da cosas a los que trabajan para tenerlas.

— Con ese culo gordo que tenes no parece que fueras muy trabajador.

— Andate a la mierda, borracho.

— Con gusto. ¡Viva Hellens y viva la Regente Eterna Bárbara Bravo!

Los abucheos vinieron en todas las direcciones. Gawayn que odiaba profundamente al país y sobre todo a su gobierno, recibió los insultos como si fueran halagos. Levantó la cerveza en mano y dijo "Brindo por la victoria" Hizo una leve reverencia y se marchó.

El viejo ropavejero salió de regreso a la calle y al sentir la lluvia un poco más fuerte ahora se arrepintió de haber aniquilado cualquier esperanza de quedarse en Joes! hasta que el aguacero pasase. Sin embargo miró del otro lado de la ruta y encontró allí la loma del único mirador de Witters Alley. Una vieja y solitaria colina desnuda que se perdía al oeste en dirección a los bosques de Pent. Recordó que en ese lugar había un refugio pequeño para los guardabosques que llevaba abandonado un tiempo largo. Durmiendo entre un montón de grafitis del tipo "El Pueblo quiere Democracia, no Demo-gracia" , "Platino F.C" o "Milicos asesinos" era la mejor opción para esa noche.

Dando algunos largos tragos a su cerveza Milton de litro, el viejo Gawayn subió por el camino de madera hacía la loma y cuando llegó al ínfimo refugio que sería su cuarto escuchó el clamor de todo el pueblo. Como olas de demonios enardecidos y sedientos de sangre (deportiva) gritaron el primer gol de Himburgo, hicieron sonar matracas y cornetas. Vio a los clientes de Joes! pararse y aplaudir a J. C Smith, goleador en aquel mundial.

— Brutos...— Dijo por lo bajó el anciano y se dispuso a sentarse a ver la noche y las calles desiertas de Witters Alley.

No habían pasado ni diez minutos de esto cuando los primeros y alejados rumores de motores vinieron desde el sur. El sonido fue haciéndose cada vez más fuerte y al estar todo el pueblo sumido en un silencio religioso debido al partido el clamor de los motores ocupaba toda la tranquila salida de Witters Alley hacía Fixa Town.

Al ser una ruta muy transitada y comercialmente importante para Himburgo era común ver a toda hora los camiones de la Goodyes, la empresa de transportes privada más grande del país llevando todo tipo de mercadería hacía el ferrocarril de cargas en Fixa. Pero Gawayn llevaba muchos años viviendo en la calle y era capaz de diferenciar el sonido de diferentes tipos de vehículos según su peso, velocidad y arrastre de acoplado. El murmullo de estos vehículos era ligeramente más precavido que el de un transporte normal. Imaginó que debido al mal tiempo debían estar bajando la velocidad. De todas formas, intrigado por saber quien o quienes eran los desafortunados Himburgueses que debían trabajar en vez de ver el partido salió del refugio entre los árboles para ver la ruta debajo.

Lo que vio hubiera llamado la atención de los pobladores de Witters, pero estando siendo absorbidos sus cerebros por la copa del mundo apenas si prestaron alguna atención a algo tan intrascendente como "Quien anda en la ruta". Como obedientes patitos en fila, siete camiones de cinco toneladas del tipo que usaba el Ejército desfilaron uno a uno delante de Gawayn con sus luces bajas, sin anti nieblas o chapa identificadora alguna. Una vez los tuvo a menos de cincuenta metros de distancia Gawayn pudo ver a los conductores gracias a la luz blanca del alumbrado público en la esquina de Joes! Eran todos soldados rasos. Pero en cada cabina de conductor (con espacio para tres personas) iban acompañados por gente vestida de civil.

Aquella misteriosa ronda de camiones del Ejército entrando y saliendo de Witters Alley cada vez que se jugaba un partido de Himburgo a las 22 Horas se convirtió en una extraña anécdota desde la fase de grupos hasta el partido de las semi-finales. Gawayn los vio a todos entrar y salir como fantasmas sobre ruedas con el menor descalabro posible. El imaginaba con bastante exactitud que hacían y porque siempre se detenían unos diez minutos dentro del Aerodromo Coocon en la entrada sur de Witters para luego salir en discreto subterfugio al norte y tomar la salida al este.

Pero no lo sorprendía en lo absoluto. Como buen vagabundo conocía el pueblo y sus alrededores mejor que los guías turísticos del bosque de Pent. E iba a lugares donde nadie estaría ansioso por sacarse fotos. Como las fosas debajo del abandonado puente ferroviario a dos kilómetros de la salida Norte de Witters Alley, donde los cuerpos que llevaban esos camiones se amontonaban de a docenas entre las aguas del Shapuka ese Julio lluvioso.

Memorias de la NevadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora