Prólogo

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Delilah Hart.

Cómo cada mañana espero paciente en la cafetería, que queda justo al frente del lugar donde trabajo. Al salir con los cafés compro unas revistas y el periódico local.

Cruzo la transitada calle, casi corriendo. Debo confesar que el tráfico me da un poco de miedo. Me pongo nerviosa al ver un hombre que pasa muy pegado a mí en bicicleta y al final termino chocando con otro que venía por la acera. 

—Lo siento —casi tumbo al sujeto— Fue mi culpa.

— Claro que fue su culpa —me recrimina—. ¿Eres ciega?

— Le estoy pidiendo una disculpa, no es necesario que se ponga...

—  Me pongo como me da la gana.

— Mire imbécil, a mí no me vas a faltar el respeto —pierdo el control— No es mi culpa si lleva años sin follar y carga con las pelotas llenas y el mal humor de serie.

— ¿A qué viene lo del sexo?

— Tienes señales claras de poca copulación —digo— Es lunes, temprano en la mañana, lo mínimo es levantarse con buen pie y sonreír a la vida.

Soy una persona positiva.

— Mire, mire como sonrió —enseña su perfecta dentadura en una falsa sonrisa.

— Váyase a la mierda.

Le doy la espalda entrando al edificio, creo que tengo las mejillas rojas por el insulto que he pasado. Me meto en el elevador y marco la última planta.

Al abrirse las puertas lo primero que veo es mi escritorio en estupendo estado, justo como lo dejé.

Doy dos toques en la puerta del fondo, esperando a que me den permiso para entrar.

— Adelante.

Es escucharlo y ya estoy de buen humor.

— En tres años es la primera vez que llega tarde —dice y me tenso.

— Lo siento mucho, no fue mi intención. Es que un imbécil se me cruzó en la puerta y me faltó al respeto, entonces yo...

— Delilah, es broma —se burla de mi cara de espanto— Tienes dos minutos de tardanza, no es para tanto.

— Aquí está su café y la prensa —lo dejo sobre su buró.

— ¿Tengo algo importante?

— Permíteme y reviso —saco la tablet de la empresa y reviso la agenda— Tiene dos reuniones y una visita del representante de Japón.

— Cancela todo.

— Estás loco, Raúl —chillo— no podemos hacer eso. Lleva semana esperando por usted.

— Reúne a todos en la sala de juntas —se lleva su café a la boca— Tienes cinco minutos.

La que se va a volver loca por culpa de este señor soy yo.

Raúl ha sido cómo el padre que nunca tuve, me acogió en su empresa desde que tenía veinticinco años, desde ese entonces soy su secretaria y amiga.

Hago todas las llamadas correspondiente y sin ningún inconveniente todos cumplen con lo pedido. Me coloco de pie al lado de Raúl y lo veo como se reajusta los espejuelos y se pasa las manos por su canoso cabello. 

— Buenos días con alegría —saluda contento, a lo cual todos le sonríen.

Es el mejor jefe que cualquiera puede pedir.

— Seré breve y directo —continúa— Ha llegado el momento en que me despida de todos ustedes. Aunque no lo crean ya estoy viejo.

— No, no diga eso.

Sumisa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora