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Delilah Hart

Una, dos, tres almohadas impactan contra mi rostro. Suspiro con cansancio aún y me levanto bostezando.

—Ya es hora, perezosa —canturrea mi amiga— La vida es una, hay que disfrutarla al máximo y relajar la entrepierna.

—No estás bien —pongo mi boca en línea fina y acaricio a Estephano que dormía a mi lado— Ya, me cambio y nos vamos, pero por favor no cantes más.

Me fulmina con la mirada.

—Estoy ofendida —dramatiza con las manos en la cabeza.

—Hollywood no tiene ni la menor idea de la actriz que se perdió —me levanto de un salto y voy directo al baño— Seguro la abogacía no era lo tuyo. 

La escucho quejarse mientras estoy bajo la ducha. Me baño lo más rápido que puedo. Salgo envuelta en la toalla y me encuentro a Glenda sobre la cama, con las piernas cruzada.

—Das miedo —En el fondo sé que está rota, y no quiere pensar en lo ocurrido por eso actúa así. Le duele y lo calla.

—Dale, vístete —me ordena.

—Tengo que darle comida a Estephano.

—Ya le di —dice.

—Vale —abro la boca y la vuelvo a cerrar.

Busco entre mis cosas y saco un vestido rojo que se ajusta a mi cuerpo, y saco la ropa interior de encaje.

—Te voy a dar la privacidad que necesitas para que te arregles, voy a retocar mi maquillaje —se va dejándome sola.

Me visto lo antes posible, aplico labial y maquillo mis ojos, suavizo mi piel con un poco de base y termino con mi cabello que lo dejo suelto en grandes ondas.

Agarro mi bolso, guardo el teléfono y acaricio a mi mascota antes de salir. Ya mi amiga me espera en el salón, con un vestido azul oscuro y el maquillaje bastante llamativo.

—Ya nos espera un Uber —me informa— No vamos a ir en mi auto porque tenemos que emborracharnos y el alcohol no liga con el volante.

—Yo puedo manejar de regreso.

Niega varias veces. 

—Tú, amiga mía también tienes que disfrutar.

Bajamos hasta donde nos esperaba el taxi. Por suerte esta zona era tranquila y el tráfico no era tan molesto.

—Por cierto —Glenda se voltea a verme— ¿Cómo te fue en el viaje?

—Bien —simple y tajante.

Mi nuevo jefe quiere que sea su sumisa, más que su sumisa lo que quiere es que sea su esclava y que le dé todo el placer que desee.

—En otras palabras fue una mierda —dijo y se quedó en silencio hasta que llegamos al club.

La espera era extensa, pero por suerte la loca que me acompaña se llevaba bien con el de seguridad y no tuvo inconveniente en dejarnos pasar por otra entrada.

Nada más fue entrar y un hombre se lanzó encima de Glenda y la arrastró a una de las mesas más céntricas del local.

—¿De dónde conoces a esta gente? —pregunté incrédula.

—Los representé una vez —se encoge de hombros— Nada importante.

Una chica se acerca con una bandeja, trae dos vasos de cristal junto a una botella, la deja sobre la mesa y se va luego de guiñar un ojo a Glenda.

Sumisa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora