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Delilah Hart

Pasar el resto del día a casa de Raúl me reconfortó, hablamos de muchas cosas. Sobre Heitor de pequeño, como le gustaba pelear con los chicos y que decía que cuando fuese grande sería el mejor boxeador.

Del único tema que no se tocó fue su madre. En todas las historias la figura maternal estaba ausente. Me extrañó, más no dije nada. No quería meterme en dónde no me importaba.

También hablaron de lo orgulloso que está Raúl por como su hijo estaba manejando la empresa. 

—Ya es muy tarde —habló Heitor. Llevamos media hora haciendo cuentos y riendo como tontos—, deberíamos irnos.

—De eso nada —intervino Raúl— Tú mismo lo acabas de decir ya es tarde, pueden dormir en tu antigua habitación. Está tal cual.

—¿Discutir es por gusto? —preguntó Heitor con un poco de incomodidad.

—Sabes que sí.

Entonces caí en cuenta de que Heitor y yo no habíamos dormido nunca juntos.

Perfecto.

Era lo que me faltaba para confundirme más de lo que ya estaba.

Raúl se despidió muy contento de nosotros y nos dejó a solas. Heitor no dijo nada, así que me limité a seguirle. Subimos las escaleras doblamos a la derecha y caminamos por un pasillo. Entramos en la tercera puerta.

La habitación tenía las paredes azules con listones de color blanco, numerosos postes de los clásicos del cine y algún que otro viejo trofeo. Una cama con mesitas a ambos lados, el escritorio y un enorme armario.

—Hace unos diez años que no entraba —bramó— Definitivamente mi padre no ha cambiado nada de este lugar. Me recuerda al yo del instituto.

—Debió ser lindo —murmuré.

—¿El qué? —alzó una de sus cejas— Conocerte de pequeño, saber cómo eras antes de convertirte...—me callé, luego titubee— Antes de convertirte en amo. 

—Yo no volvería el tiempo atrás, me gusta lo que soy y el hombre que he construido en estos últimos años.

Silencio.

No sabía ni que decirle, porque con Heitor las cosas eran así. Difícil, complicada y diferentes.

—De seguro en el cajón está mi ropa de cuando era un adolescente salido y hormonal, busca algo para que duermas cómoda.

Me dejó a solas y busqué entre sus cosas, encontré un bóxer pequeño que me puse sobre las bragas y un pulóver que me quedaba ancho. Estando cómoda esperé por Heitor y nunca llegó.

Salí en su búsqueda y la puerta de la habitación de al lado estaba abierta. Entré y Heitor estaba refrescando su rostro con un poco de agua. Me vio a través del espejo y cerró el grifo del lavabo.

Me atreví a acercarme y tocar sus hombros, mis manos temblorosas acariciaron su espalda desnuda, ya que se había quitado el traje.

Se volteó con brusquedad y agarró mis manos con fuerzas, las puso a cada lado de mi cuerpo y me subió sobre la encimera. 

Se quedó mirándome sin decir nada, sus ojos recorrieron mi rostro y luego su boca cayó sobre la mía. El beso se intensificó y su lengua danzó dentro de mi boca, tiró de mi labio con sus dientes y se apartó como si le quemara.

—Vuelve a la habitación —me ordenó.

Heitor lucía cansado y apagado.

Resignada volví a la habitación y me acosté en la cama, cerré mis ojos, intenté dormir. No recuerdo quedarme dormida, solo sé que me desperté con unos dedos en la parte baja de mi vientre.

Sumisa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora