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El vestido era de color blanco, se ajustaba a mi cuerpo, la espalda quedaba descubierta y la cola casi que tocaba el suelo. Recogí mi cabello en alto y me puse los tacones.

—Hoy quiero que lleves esto —Heitor irrumpió en la habitación con un collar de diamantes en sus manos.

Lo colocó en mi cuello.

Iba de traje muy elegante y en su muñeca llevaba un reloj de oro. El cabello lo tenía bien peinado, lo había cortado un poco y lucía más sexy.

No me contuve a la hora de mirarlo.

—Voy a tener que prohibirte que dejes de comerme con la vista.

—No está reflejado en nuestro contrato, señor.

Sonrió de lado antes de salir de la habitación.

Ya estaba maquillada, así que me eché un poco de perfume y me fui hasta el salón para encontrarme con una escena increíble.

Heitor le había puesto comida y agua a Estephano y ahora acariciaba su panza, mientras él ronroneaba sobre el sofá.

—Gracias.

—Mi deber es cuidar y mimar de mi sumisa, también de las cosas que le hacen feliz y si esta bola de pelos es importante para ti, lo es para mí.

No pude evitar sonreír.

—¿A dónde tan bonita y sin dueño? —bromea y se le achinan los ojos cuándo sonríe.

—¿Creí que usted era mi amo? —me encogí de hombros. Mordí mi labio inferior.

—Y yo pienso que sí se vuelve a morder el labio así voy a tener que darle un par de azotes.

—¿Por qué, señor?

—Porque estás logrando que mi polla reaccione ante ti, como te venga en gana.

—¿Eso es bueno o malo, señor?

En dos grandes pasos lo tuve encima.

—Es peligroso —acarició mi mejilla y luego tomó mi mano.

Agarramos un paragua antes de salir, no dejaba de llover y teníamos que llegar hasta el auto que se encontraba estacionando en la calle.

—¿Me vas a contar de que se trata... —titubee— el evento?

—Ya lo descubrirás tu solita.

Pisó el acelerador y se adentró en el tráfico de la ciudad.

Media hora después habíamos estacionado frente a una enorme mansión atestada en carajos lujosos. 

Bajé del auto y Heitor estuvo ahí para agarrarme la mano, entrelazó nuestros dedos y con la otra mano abrió el paraguas para refugiarnos de la lluvia.

Adentro todo era acogedor y cálido. Con un toqué clásico. Amos presumían de sus sumisas, mujeres que no les incomodaba estar a gatas o ser exhibidas.

A Heitor no lo dejaban de saludar desde que dio el primer paso y la vista de varios cayeron sobre ambos.

—Hace mucho tiempo que no venía —confesó en voz baja.

—¿Por qué?

—Esto es un evento para presumir tu sumisa, tu mayor orgullo. No todos merecen estar aquí.

Tragué en seco.

Yo no sabía si estaba haciendo bien mi papel de sumisa.

—Esto ya va a comenzar —el reloj que se encontraba en medio del salón marcó la media noche— No me defraudas, bonita.

Sumisa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora