24

21.5K 1.3K 50
                                    

No me puedo quejar de los acontecimientos que pasaron en esta última semana en la que volví a casa con Heitor.

Anunciamos nuestra bonita relación a la prensa. Bonita, sí. Porque en cuanto las puertas se cerraban y las cámaras estaban apagadas me hacía suya de maneras incontables. Heitor por suerte ganó el juicio liberándose de los cargos. Su antigua sumisa llevaba tiempo sin molestarlo.

Aunque en el fondo me sentía mal por ella, mi situación era muy semejante, ya que ambas estábamos enamoradas de nuestro amo, con la diferencia que Heitor había bajado sus barreras conmigo y me permitía amarle.

Los rumores acabaron, aunque yo ahora estaba en la mira y había adquirido un poco de fama, por ser la pareja del heredero de las empresas Wayne.

Sabían solo lo necesario sobre mí.

Harden debería permanecer un tiempo escondido hasta que yo encontrara la manera de decirle a Heitor que tenía un hijo.

No dejaba de pensar en cómo sería su reacción.

—¿Puedo? —dos toques a mi puerta me sobresaltan. Hace dos noches que comenzamos a dormir juntos, pero yo ocupaba mi habitación el resto del día en busca de mi privacidad.

—Sí, señor.

Heitor entró con una sonrisa maliciosa.

—¿Qué pasa? —me reí por su rostro. Parecía un niño pequeño con un plan descabellado.

—Quiero que te pongas de pie, justo aquí —se refería al medio de la habitación.

Dudosa me acerqué y me detuve.

—Perfecto —me azotó el trasero.

Este hombre estaba loco.

Le dio varias vueltas a mi cuerpo y luego me quitó la blusa, por inercia me tapé los pechos.

—Delilah, esas manos por favor —se quejó— Te he visto de todas las maneras posibles.

Rendida bajé las manos a ambos lados de mi cuerpo. Se agachó ante mí y me quitó el corto pantalón. Su aliento cerca de mi intimidad me hizo tragar en seco.

Sus labios se posaron en mi bajo vientre y mis manos fueron en busca de su cabello.

—Señor...—jadeé. 

—Tranquila —sonrió de lado y se levantó alejándose. Unos minutos volvió con un vestido en sus manos.

—¿Qué haces? —levanté una ceja.

Heitor me puso un vestido color rojo cereza, dos dedos acariciaron mi espalda, mientras subía la cremallera. Me obligó a ponerme zapatos de tacón escogidos también por él.

De su bolsillo sacó una cadena con una enorme "H". Me recogí el cabello y la dejó en mi cuello, era preciosa.

—Cabello suelto y no te demores tanto pintando tus labios, te aseguro que te los voy a quitar.

—¿A dónde vamos?

—Dame tus bragas. 

—¿Qué? ¿Por qué?

—Tu castigo por estar preguntando tanto, dámelas.

Puse los ojos en blanco, las deslicé por mis piernas y se las di de mala gana. Las guardó en su bolsillo.

—Tienes cinco minutos.

Me dejó sola. 

Cómo no sabía que pretendía mi amo y señor, me apliqué un maquillaje sencillo. No me pinte los labios porque sería en vano según él y bajé las escaleras con cuatro minutos de sobra.

Sumisa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora