DIEZ

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Paso el resto del día pensando acerca de lo que dijo Michael frente al C16. Más tarde, regreso a echarle un vistazo yo misma, pero tenía razón: no hay nada.

Supongo que haberme quedado encerrada en uno de los salones de computo me alteró un poco.

No le cuento nada a Becky acerca del asunto de Solitario. Está muy ocupada promocionando su fiesta de cumpleaños de disfraces, que va a ser el viernes, y no creo que le importara gran cosa.

A la hora del almuerzo, Lucas me busca en la sala de estudiantes. Estoy tratando de leer otro capítulo de Orgullo y prejuicio, pero creo que mejor voy a ver la película porque este libro me está derritiendo el cerebro. El salón está bastante vacío; seguramente todo el mundo salió al supermercado, porque la comida de la escuela es idéntica a la de una cárcel.

—¿Todo bien? —dice Lucas sentándose en mi mesa. Odio eso. «Todo bien». O sea, ¿es un saludo o una pregunta? ¿Respondes «bien, gracias» o dices «hola»?

—No va mal —contesto, enderezándome un poco en mi silla—. ¿Tú? —Estoy bien, gracias.

Físicamente, puedo sentir cómo busca algo qué decir. Después de una pausa estúpidamente prolongada, estira la mano y le da unos golpecitos al libro que tengo en la mano.

—Detestas leer, ¿no? ¿Por qué no ves la película y ya?

Parpadeo y digo:

—Mmm, no sé.

Después de otra pausa estúpidamente larga, me pregunta: —¿Vas a ir a la fiesta de Becky el viernes?

Qué pregunta tan idiota.

—Claro que sí —respondo—. Supongo que tú también.

—Ajá, claro. ¿De qué te vas a disfrazar?

—Todavía no lo sé.

Asiente como si lo que dije significara algo.

—Bueno, estoy seguro de que te verás fantástica —señala y después añade rápidamente—: o sea, porque cuando eras chica te interesaba mucho eso de los disfraces.

No recuerdo haberme disfrazado de nada más que de Jedi. Me encojo de hombros.

—Algo encontraré.

Y después se pone rojo brillante, como siempre, y se queda allí sentado, viéndome leer un poco más. Qué incómodo, de veras. Finalmente, saca su celular, empieza a textear y, cuando se va para hablar con Evelyn, me empiezo a preguntar por qué siempre está revoloteando por ahí, como una especie de fantasma que no quiere que nadie lo olvide. No quiero hablar con él. O sea, pensé que sería agradable tratar de reanudar la amistad, pero es demasiado difícil. No quiero hablar con nadie.

Por supuesto, le cuento todo a Charlie cuando llegamos a casa. No sabe qué decir acerca del misterioso mensaje de Solitario. En lugar de eso, me dice que deje de hablar tanto con Michael Holden. No sé qué pensar al respecto.

Durante la cena, papá me pregunta:

—¿Cómo te fue en la mañana?

—No encontramos nada —le contesto. Otra mentira. Debo ser una sociópata en potencia.

Papá empieza a hablar acerca de otro libro que me va a prestar. Siempre me está prestando libros. Papá fue a la universidad a los treinta y dos años y recibió su título en Literatura Inglesa. Ahora trabaja en informática. De todos modos, siempre espera que yo resulte ser una especie de pensadora filosófica que lee mucho a Chéjov y James Joyce. Salir del clóset como odiadora de libros frente a mi papá es el equivalente de salir del clóset como gay ante padres homofóbicos. Nunca he podido decírselo y me ha prestado tantísimos libros que ahora es demasiado tarde para reparar el daño.

En fin, esta vez se trata de La metamorfosis de Franz Kafka. Asiento, sonrío y trato de sonar un poco interesada, pero seguramente no resulta nada convincente.

Charlie cambia el tema rápidamente y nos habla de una película que fueron a ver Nick y él el fin de semana, Enseñanza de vida; por la descripción de Charlie, suena como una burla condescendiente a todas las adolescentes del mundo entero. Después Oliver nos cuenta acerca de su nuevo tractor de juguete y el porqué es tanto más fabuloso que todos sus demás tractores de juguete. Para deleite de papá y mamá, terminamos de cenar en una hora, lo

que debe de ser un nuevo récord.

—¡Bien hecho, Charlie! ¡Excelente trabajo! —dice papá, dándole una palmada en la espalda, pero Charlie se aleja de él. Mamá asiente y sonríe, que es el máximo de expresividad que puede lograr. Es como si Charlie hubiera ganado el Premio Nobel. Escapa de la cocina sin decir palabra y me acompaña a ver La teoría del Big Bang. No es un programa muy gracioso, pero de todos modos veo al menos un capítulo todos los días.

—¿Quién sería yo si fuera alguno de los personajes de La teoría del Big Bang? —pregunto en un momento dado.

—Sheldon —dice Charlie sin dudarlo un instante—, pero no tan insistente en tus opiniones.

Volteo la cabeza para verlo.

—Caray. Me siento ofendida.

Charlie bufa.

—Él es la única razón por la que vale la pena el programa, Victoria. Pienso sobre ello y hago un gesto con la cabeza.

—Seguramente eso es cierto.

Charlie se queda quieto en el sofá y lo observo un minuto. Sus ojos parecen algo vidriosos, como si en realidad no estuviera viendo la televisión, y juguetea con las mangas de su camisa. Últimamente Charlie siempre usa mangas largas.

—¿Y quién sería yo? —pregunta.

Me acaricio la barbilla mientras reflexiono antes de declarar:

—Howard, definitivamente. Porque siempre estás coqueteando con las nenas...

Charlie me arroja un cojín del otro sillón. Grito y me agazapo en la esquina antes de lanzarle toda una ráfaga de cojines en respuesta.

Esta noche veo Orgullo y prejuicio con Keira Knightley y encuentro que es casi tan asquerosa como el libro. El único personaje tolerable es el señor Darcy. No veo por qué Elizabeth lo juzga como orgulloso al principio porque es más que evidente que lo único que le ocurre es que es tímido. Un ser humano normal debería poder identificar esa actitud como timidez y sentirse mal por el pobre tipo, por ser tan terrible en las fiestas y otras reuniones sociales. Realmente no es culpa suya. Simplemente es así.

Escribo un rato más en mi blog y me quedo despierta oyendo la lluvia; se me

olvida qué hora es y ponerme mi piyama. Añado La metamorfosis al montón de libros sin leer. Pongo El club de los cinco, pero en realidad no la estoy viendo, de modo que salto a la mejor parte, cuando todos están sentados en círculo, revelan esas profundas intimidades, lloran y todo lo demás. Me pongo alerta para ver si escucho al gigante/demonio, pero esta noche más bien se oye un retumbar, uno profundo como de tambor. En el papel tapiz de mi cuarto, remolinos amarillos se mueven adelante y atrás, adelante y atrás, hasta que quedo hipnotizada. Alguien ha colocado en mi cama una enorme jaula de vidrio que me cubre y el aire está arreciando. En sueños, corro en círculos sobre un precipicio, pero hay un chico con un sombrero rojo que me atrapa cada vez que trato de saltar.

SolitarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora