DIECISIETE

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Cuando llegamos a mi casa, el cielo está negro y no hay estrellas.

Michael se da la vuelta y me rodea con sus brazos. Me toma por sorpresa, de modo que no tengo tiempo de reaccionar y una vez más mis brazos quedan atrapados contra mis costados.

—Pasé un día realmente maravilloso —me dice mientras me abraza.

—Yo también.

Me deja ir.

—¿Crees que ya somos amigos?

Vacilo. No puedo imaginarme por qué. Vacilo sin razón alguna.

Me arrepentiré de la conversación que tenemos a continuación por el resto de mi vida.

—Es como si quisieras..., si de veras quisieras ser mi amigo.

Se ve algo avergonzado, como si quisiera disculparse.

—Es como si lo estuvieras haciendo para ti —comento.

—Todas las amistades son egoístas. Tal vez, si todos fuéramos desinteresados nos dejaríamos en paz.

—A veces eso es mejor.

Esto lo lastima. No debí haberlo dicho. Estoy destruyendo su felicidad temporal.

—¿Eso crees?

No sé por qué no puedo decirle simplemente que somos amigos y ya.

—¿Qué es esto? Todo esto. Te conocí hace un par de semanas. Nada de esto tiene sentido. No entiendo por qué quieres que seamos amigos.

—Eso es lo que dijiste la última vez.

—¿La última vez?

—¿Por qué complicas tanto las cosas? No tenemos seis años.

—Es que soy terrible para..., soy... No sé.

Sus labios se curvan hacia abajo.

—No sé qué decir. —Vacilo.

—Está bien. —Se quita los lentes para limpiarlos con la manga de su suéter.

Nunca lo he visto sin ellos—. No hay problema.

Y después, cuando se los vuelve a poner, toda la tristeza se desintegra y lo que queda debajo es el verdadero Michael, el fuego, el chico que patina, el que me siguió a un restaurante para decirme algo que no podía recordar, el que no tiene nada mejor que hacer que obligarme a salir de mi casa y vivir.

—¿Será momento de que me dé por vencido? —pregunta, y después responde —: No, no lo es.

—Por amor de Dios —exclamo—, suena a que estás enamorado de mí.

—No hay ninguna razón por la que no podría estar enamorado de ti.

—Insinuaste que eras gay.

—Eso es totalmente subjetivo.

—Entonces, ¿sí?

—¿Si soy gay?

—¿Sí estás enamorado de mí?

Me guiña el ojo.

—Es un misterio.

—Voy a tomar eso como un no.

—Por supuesto. Claro que vas a tomar eso como un no. Ni siquiera necesitabas hacerme esa pregunta, ¿o sí?

Ahora me está molestando. Mucho.

—¡Maldita sea! ¡Sé que soy una pesimista estúpida y odiosa, pero deja de actuar como si fuera una especie de psicópata maniática y deprimida!

Y entonces, de repente, como un cambio en el viento o un tope en el camino o el momento en que te hace gritar en una película de horror, de repente es una persona totalmente distinta. Su sonrisa desaparece y se oscurecen el azul y el verde de sus ojos. Aprieta el puño y me gruñe, literalmente me gruñe.

—Tal vez eres una psicópata maniática y deprimida.

Me congelo, pasmada; quiero vomitar.

—Perfecto.

Me doy la vuelta.

Y entro a la casa.

Y cierro la puerta.

Por una vez, Charlie está en casa de Nick. Entro a su cuarto y me acuesto. Tiene un mapamundi junto a su cama con ciertos lugares marcados: Praga, Kioto, Seattle. También hay varias fotografías de él con Nick. Charlie y Nick en el London Eye, la gigantesca rueda de la fortuna de Londres. Nick y Charlie en un partido de rugby. Nick y Charlie en la playa. Su cuarto está muy limpio, obsesivamente limpio. Huele a desinfectante en aerosol. Veo el libro que está leyendo junto a su almohada. Se llama Menos que cero y es de Bret Easton Ellis. Charlie me habló de él en alguna ocasión. Dijo que le gustaba porque es el tipo de libro que te ayuda a comprender a la gente un poco mejor y que también lo ayudaba a comprenderme a mí un poco mejor. En realidad no le creí porque considero que las novelas pueden lavarle el cerebro a la gente con gran facilidad y, por lo que parece, Bret Easton Ellis tiene muy mala reputación en Twitter.

En su mesa de noche hay un cajón donde solía tener montones y montones de barras de chocolate apiladas y ordenadas, pero mamá las encontró y las tiró unas cuantas semanas antes de que tuviera que irse al hospital por primera vez. Ahora hay muchos libros en ese cajón. Evidentemente, muchos de los que le ha dado papá. Cierro el cajón.

Voy por mi laptop, la llevo al cuarto de Charlie y empiezo a pasearme por algunos blogs.

Lo arruiné, ¿verdad?

Me enoja que Michael dijera esas cosas. Odio que las haya dicho. Pero yo también dije cosas estúpidas. Me quedo sentada y me pregunto si Michael me dirigirá la palabra mañana. Esto es mi culpa. Todo es mi culpa.

Me pregunto qué tanto Becky va a hablar acerca de Ben mañana. Mucho. Pienso en otra persona con la que podría pasar el rato: no hay nadie. Pienso en que no quiero salir de esta casa nunca jamás. Pienso en si tenía algún trabajo escolar que hacer el fin de semana. Pienso en lo terrible que soy como persona.

Pongo Amélie, que es la mejor película extranjera en la historia del cine. Tengo que decirlo: esta es una de las películas independientes originales. Muestra perfectamente lo que es el romance. Puedes intuir que es genuina. No es una historia del tipo «ella es bonita, él es guapo, ambos se odian y después se dan cuenta de que tienen otra faceta y se empiezan a gustar, se declaran su amor, fin». El romance de Amélie es significativo. No es falso, es creíble. Es real.

Bajo las escaleras. Mamá está en la computadora.Le digo buenas noches, pero se tarda al menos veinte segundos en oírme, de modoque vuelvo a subir las escaleras con un vaso de limonada de dieta.

SolitarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora