TRECE

54 1 0
                                    

Oliver baja adormilado por las escaleras en su piyama de Thomas la Locomotora y con su osito de peluche bajo el brazo. Me da gusto que nunca ha terminado de entender lo que le pasa a Charlie.

—¿Estás bien, Oliver?

—Mmmsí.

—¿Ya vas a la cama?

—¿Y Charlie?

—Va a estar bien. Déjamelo a mí.

Oliver asiente y vuelve a subir las escaleras frotándose los ojos. Corro hacia la puerta de la cocina, que está cerrada.

Me siento enferma. Ni siquiera estoy completamente despierta.

—Charlie. —Toco a la puerta.

Silencio total. Trato de abrirla, pero puso algo para bloquearla.

—Abre la puerta, Charles. No es broma. O rompo la puerta.

—No puedes. —Su voz se oye muerta, vacía. Pero siento un enorme alivio porque está vivo.

Presiono la manija y empujo con todo mi cuerpo.

—¡No entres! —Parece aterrado, lo que me hace sentir aterrada a mí también, porque Charlie nunca está así y eso es parte de lo que lo hace ser quien es—. ¡No entres! ¡Por favor! —Se escucha un escándalo de cosas. Sigo empujando la puerta con todo el peso de mi cuerpo y sea lo que sea que la está bloqueando empieza a desplazarse. Abro un espacio suficiente como para escurrirme adentro y entro.

—¡No! ¡Vete! ¡Déjame en paz!

Lo miro.

—¡Sal de aquí!

Ha estado llorando. Sus ojos se ven rojos y morados y la oscuridad de la habitación lo esconde entre brumas. Hay un plato de lasaña sobre la mesa de la cocina; está fría y sin tocar. Toda la comida de la cocina está fuera de las alacenas, del refrigerador y del congelador y está colocada en orden de tamaño y color en distintos montones por toda la habitación. Tiene un par de pañuelos desechables manchados de sangre en sus manos.

No está mejor.

—Lo siento. —Llora, agazapado en una silla, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos vacíos—. Lo siento. No fue mi intención. Lo siento.

No hay nada que yo pueda hacer. Es difícil no vomitar.

—Lo siento. —No deja de repetirlo—. Lo siento.

—¿Dónde está Nick? —le pregunto—. ¿Por qué no está contigo?

Se pone rojo y masculla algo inaudible.

—¿Qué?

—Nos peleamos. Se fue.

Empiezo a sacudir la cabeza. La muevo de derecha a izquierda de derecha a izquierda en un incontrolable gesto de desafío.

—Ese hijo de puta... Ese estúpido hijo de puta...

Tengo el teléfono en la mano y empiezo a marcar a Nick.

—No, Victoria; fue mi culpa.

—¿Bueno?

—¿Acaso entiendes la gravedad de lo que has hecho, grandísimo idiota?

—¿Tori? ¿De qué...?

—Si Oliver no me hubiera hablado, es posible que Charlie hubiera... —Ni siquiera puedo decirlo—. Esto es totalmente tu culpa.

—No... Espera un momento, ¿qué diablos pasó?

—¿Qué carajos crees que pasó? Dejaste a Charlie en medio de una comida. No puedes hacerle eso. No lo puedes dejar solo mientras está comiendo y mucho menos alterarlo. ¿No lo aprendiste el año pasado?

SolitarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora