Cuando me despierto, no puedo recordar quién soy porque acabo de tener un sueño de lo más loco. Pero enseguida me recupero y me doy cuenta de que el domingo ya está aquí. Sigo en el sillón. Mi teléfono está en el bolsillo de mi bata y lo saco para ver la hora: las 7:42 a.m.
De inmediato subo y me asomo al cuarto de Charlie. Sigue dormido, obviamente, y se ve muy tranquilo. Sería maravilloso que siempre se viera así.
Ayer Michael Holden me dijo muchas cosas y una de ellas fue dónde vive. Por eso —y no estoy del todo segura de cómo ha sucedido—, algo de este desolado domingo hace que me levante del sofá y vaya hasta su casa, a la Muerte del Sol.
La Muerte del Sol es un risco que domina el río. Es el único del condado. No tengo idea de por qué hay un risco ahí, porque por lo general no hay ninguno cerca de los ríos, a menos que sea en películas y documentales abstractos acerca de lugares a los que nunca irás. Pero la Muerte del Sol tiene ese nombre tan dramático porque, si te paras mirando hacia el punto más alejado, te encuentras exactamente de cara al sol en el momento en que se pone. Hace un par de años, decidí pasear por la ciudad y recuerdo aquella casa café que se encontraba a solo unos cuantos metros de la orilla del risco, como si estuviera lista para saltar.
Tal vez sea el hecho de recordar todo esto lo que hace que camine por la larga vía campirana hasta llegar a la casa café sobre la Muerte del Sol, a las 9:00 de la mañana.
La casa de Michael tiene una reja, una puerta de madera y un letrero en la pared que dice «La Cabaña de Jane». Es un lugar donde esperarías que viviera un granjero o una persona vieja y solitaria. Me quedo allí, justo frente a la reja. Venir aquí fue un error. Un error garrafal. Son como las 9:00 de la mañana. Nadie está despierto a las 9:00 de la mañana de un domingo. No puedo tocar sin más a la puerta de la casa de alguien. Eso es lo que uno hace cuando está en la primaria, por amor de Dios.
Emprendo el camino de regreso.
No he dado ni veinte pasos cuando oigo el sonido de la puerta principal que se abre.
—¿Tori?
Me detengo. No debí haber venido, no debí haber venido.
—¿Tori? Eres tú, ¿no?
Muy lentamente, me doy vuelta. Michael ha cerrado la reja y viene trotando hacia mí por el camino. Se detiene y me mira con su espectacular sonrisa.
Por un momento casi no creo que sea él. Está hecho un absoluto desastre. Su pelo, que generalmente está tan bien peinado de lado, vuela alrededor de su cabeza en mechones ondulados; además, trae puesta una cantidad admirable de ropa, incluyendo un enorme suéter de lana y calcetines del mismo material. Sus lentes están a punto de caérsele de la nariz. No parece del todo despierto y su voz, normalmente tan suave, se oye un poco ronca.
—¡Tori! —exclama, y se aclara la garganta—. ¡Es Tori Spring!
¿Por qué vine? ¿Qué estaba pensando? ¿Por qué soy tan idiota?
—Viniste a mi casa —dice al tiempo que sacude la cabeza de un lado al otro en lo que solo podría describirse como un gesto de total incredulidad—. O sea, pensé que tal vez lo harías, pero al mismo tiempo, no..., ¿sabes?
Miro hacia un lado.
—Lo siento.
—No, no. Me da muchísimo gusto que hayas venido. De veras.
—Me puedo ir. No quise...
—No.
Se ríe y es una risa agradable. Se pasa la mano por el pelo. Nunca le había visto hacer eso.
Me encuentro a mí misma devolviéndole la sonrisa. Tampoco estoy del todo segura de cómo ha sucedido.
Un coche se acerca y rápidamente nos hacemos a un lado para dejarlo pasar. El cielo sigue un poco anaranjado y en casi todas las direcciones, excepto la de la ciudad, todo lo que se ve son campos, muchos abandonados y agrestes, con el largo pasto ondeando como las olas del mar. Empiezo a sentirme como si estuviera realmente dentro de la película de Orgullo y prejuicio, en la parte del final, cuando están en el campo entre la bruma mientras empieza a salir el sol.
—¿Te gustaría... salir? —digo. Y rápidamente añado—: ¿Hoy?
Literalmente, se queda pasmado. ¿Por. Qué. Soy. Tan. Idiota?
—S-sí. Definitivamente. Vaya, sí. Sí.
¿Por qué?
Miro hacia la casa.
—Tienes una casa muy bonita —comento. Me pregunto cómo será por dentro. Me pregunto quiénes son sus padres. Me pregunto cómo está decorado su cuarto. ¿Pósters? ¿Luces? Tal vez haya pintado algo. Quizá tenga viejos juegos de mesa amontonados en estantes. O un puf. O figuritas de adorno. A lo mejor tiene sábanas con patrones aztecas y paredes negras, ositos de peluche en una caja y un diario debajo de su almohada.
Mira hacia la casa y de repente su expresión se entristece.
—Sí —dice—, supongo. —Después voltea hacia mí de nuevo—. Pero deberíamos ir a algún lugar.
Rápidamente corre de vuelta a la reja y la cierra con llave. Su pelo se ve graciosísimo, pero bastante bien. No puedo dejar de mirarlo. Camina de regreso y me pasa, después voltea y me extiende la mano. Su suéter, que le queda demasiado grande, se arremolina alrededor de su cuerpo.
—¿Vienes?
Doy un paso hacia él y después hago algo totalmente patético.
—Tu pelo —le digo levantando la mano y tomando el oscuro mechón que cubre su ojo azul—. Está... libre. —Hago el mechón a un lado.
De repente me doy cuenta de lo que estoy haciendo y brinco hacia atrás, avergonzada. Desearía poder desaparecer al estilo Harry Potter.
Durante lo que se siente como una era geológica, no me quita los ojos de encima con una expresión que parece congelada, y después juro que se sonroja un poco. Sigue con la mano extendida, así que la tomo, pero eso casi lo hace saltar.
—Tu mano está helada —dice—. ¿No tienes nada de sangre en el cuerpo?
—No —respondo—. Soy un fantasma, ¿recuerdas?
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Solitario
Teen FictionMe llamo Tori Spring. Me gusta dormir y meterme en internet. El año pasado, antes de los problemas de mi hermano Charlie y de tener que empezar a elegir universidad, tenia amigos. Supongo que entonces las cosas eran muy diferentes, pero todo eso aca...