La niña y el pájaro

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Érase una vez, en una alta torre, una pequeña niña que era obligada a vivir encerrada en aquellas paredes. Tras la muerte prematura de sus padres, su tío la encerró alegando hacerlo por la delicada salud de su sobrina. Aunque todos sabían que lo hacía por el título de duque, que le sería legado a él si ella desaparecía o si se casaba con él.

Un día, tras mucho llorar y suplicar que la dejaran salir, una de las sirvientas, decidió regalarle un pájaro. La jaula era pequeña y estaba oxidada. El ave era obscura y no producía ni un leve silbido, pues no conocía otra vida que la de aquellos barrotes.

La niña le ofrecía para comer los escasos alimentos que le daban a ella, intentaba hablarle y animarle todo lo que podía. Todos los días le cantaba alegres melodías, pero el pájaro ni se inmutaba.

Una vez, tras cerrar bien la ventana, abrió la puertecita de la jaula. El ave por primera vez alzó la cabeza. Con un grácil salto se posó en el extremo final de la puerta y extendió las alas, mas no voló. Tras mirar a su alrededor, comprendió rápidamente que seguía en una jaula, una más grande, pero a fin de cuentas una jaula. Volvió a acomodarse en su percha y se limitó a dormir. La pequeña volvió a cerrarlo y abrió la ventana. Miró al exterior y suspiró.

- Como desearía poder surcar el cielo, ser libre.

- Si sabes cómo me siento, ¿Por qué no me dejas volar?

La niña se giró hacia la pajarera donde aquella ave miraba fijamente la ventana.

- Si te dejo ir, no sobrevivirás ¿Sabes siquiera volar?

- He nacido para eso ¿Me quieres acompañar?

Una fuerte brisa entró por la ventana, tirando la jaula al suelo, haciendo que se abriera. El animal extendió las alas y salió disparado por la ventana. La pequeña se apoyó en el marco mientras veía aquella emplumada silueta negra revolotear de brisa en brisa.

- Yo también quiero ir, no me dejes atrás.

Le imploraba mientras extendía su brazo fuera de la ventana, momento que sintió como su cuerpo se volvía ligero y la gravedad la atraía hacia el suelo.

- ¡Extiende tus alas y echa a volar!

La voz del ave hizo que reaccionara alzando el vuelo con sus plumas blancas revoloteando por todas partes, bajo las asombradas caras de la sirvienta y el tío que justo acababan de llegar allí. De ella solo quedó una rota jaula y un montón de plumas blancas y negras.

Caperucita roja y otros cuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora