El caso de Wang Ming

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Wang Ming era un gran cultivador, aunque él no era consciente de ello. Todos los días dedicaba unas cuantas horas a meditar a mi lado y el resto del tiempo se lo invertía en su afición y trabajo, la relojería. Esos instrumentos que sirven para medir el tiempo y que los occidentales trajeron a este país. Wang Ming estaba fascinado con los pequeños engranajes que componían aquellas artesanías. Así que se convirtió en el relojero del lugar. Todos los días tenía clientes, ya fuera para comprar uno o para arreglar el suyo.

Un día, llegó al local una dama extranjera. Una belleza occidental, la describieron en el lugar. Wang Ming quedó enamorado a primera vista, pero algo en ella a mí no me gustaba. Con el tiempo ambos empezaron a salir.

No mucho después de comprometerse, tanto el poder espiritual como la salud de Wang Ming empezaba a resentirse y a disminuir. Alarmado, quise descubrir que estaba ocurriendo y una noche lo comprendí.

Aquella dama no era otra cosa que un súcubo. Las personas de este país no estaban preparadas para la introducción de entes malévolos como aquellos, que no estaban en nuestra cultura y tradición. Como animal espiritual, me negaba a ver a mi maestro y compañero ser consumido por una de aquellas bestias occidentales. Aun a riesgo de perder todos mis siglos de cultivación, luché contra esa peligrosa criatura. Logré vencerla justo cuando Wang Ming abría los ojos. En ese momento, contempló como mi cuerpo se reducía a una humilde serpiente. Había perdido gran parte de mi poder, por lo que abandoné aquel hogar y regresé a los pastos que antaño fueron mi hogar.

Siglos más tarde pude reencontrarme con Wang Ming y retomar nuestro viaje por la vida juntos.

Caperucita roja y otros cuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora