Había una vez, en unas tierras muy lejanas, una poderosa reina quien tenía un fetichismo por el pelo. Tal era su afición por tener hermosas cabelleras, que era conocida por tener un gran harem, en su castillo, lleno de toda clase de personas con hermosos cabellos de todas clases y colores. Esto fue debido a que su hermosa cabellera, envidia de muchas, quedó estropeada por un incendio de por vida. Aunque al igual de conocida era por su tricofilia, también era muy famosa por sus partidas de caza.
Un día, durante una de sus partidas de caza, se adentró más allá de los límites del bosque. Todos los pueblerinos sabían que en el corazón del bosque vivían dos antiguos dioses, ambos muy poderosos pero de corazón muy amable. La reina y sus seguidores sabían de ello y aun así atravesaron los límites llegando hasta casi la orilla de un lago. Allí apareció de entre los árboles, un espléndido ciervo albino de gran cornamenta. La reina quedó enamorada del pelaje de aquel animal, blanco y puro como la nieve recién caída. Con paso majestuoso, se acercó a beber y de allí emergió con forma humanoide algo similar a una mujer totalmente hecha de agua. La reina ordenó a los que venían con ella que capturaran al ciervo vivo. Los soldados dudaron, pues sabían que no había que jugar con los que protegían el bosque y daban fertilidad a sus tierras. Pero ante la ira de la reina, capturaron al ciervo, que desde el principio había notado la mirada avariciosa de la reina. Los soldados seguían susurrando disculpas mientras el ciervo se resistía a acabar del todo atado y poco a poco lo alejaban del lago, donde la dama de agua quedó observando la escena sin hacer nada.
La reina mandó al ciervo cerca de sus aposentos, con su harem. Dentro de su rutina iba siempre a visitarlos. Aunque los componentes del harem solían cambiar, cuando su majestad se aburría de esa clase de cabellos o si no se habían acicalado como tocaba. Pueblos vecinos se veían obligados a enviar cada cierto tiempo nuevas personas que tuvieran brillantes cabelleras o de una suavidad fuera de lo normal.
No tardó mucho en llegar a palacio un mensajero que avisaba a la reina de que las cosechas no iban bien, la tierra no parecía estar sana. Pero no hizo nada y el tiempo siguió. Volvieron a llegar con más noticias, ahora todas las tierras sufrían de una gran sequía. Que si no hacía algo habría una revuelta por parte el pueblo. Los aldeanos, que veían que poco a poco iba cayendo enfermos niños y ancianos, insistían en que devolviera al ciervo. Pues habían visto como la reina lo hizo lucir por sus tierras como solía hacer con las nuevas adquisiciones. Y aunque normalmente la dama del lago se solía asomar por el pueblo ayudando a las cosechas, y a veces trayendo obsequios a los campesinos que habían trabajado duro, incluso pasaba tiempo con los ancianos y jugaba con los niños e incluso daba salud a los que ofrecían ofrendas, pero desde que la reina se había llevado al animal, solo aparecía una sombra de lo que era, una mancha de barro y limo que por donde pasaba todo se marchitaba. Solía recorrer los lugares por donde la Reina hacia pasar al ciervo albino. Verla así dolía a todos los habitantes. Mas la reina los ignoró.
Una noche la reina soñó con un apuesto hombre de piel de porcelana y de cabello níveo. Embelesada por tal hermosura se quiso acercar, pero de golpe el hombre sacó unas tijeras y se cortó el pelo dejándolo caer. Su majestad se incorporó en cama de un susto y se levantó lo más rápido que pudieron sus piernas para ver al ciervo albino. Al llegar cayó sobre sus rodillas ante la escena. El ruido de los gritos de la reina alertaron a los guardias que llegaron apresurados para ver como el ciervo había perdido todo su pelaje y solo quedaba su piel rosácea pálida. El animal tiritaba. La reina airada mandó atar al ciervo en las cuadras con los caballos y que con el pelaje que había dejado le hicieran una capa. Ese día acabó cerrada en sus propios aposentos tapada con la capa de pelaje albino.
Esa misma noche había empezado una fuerte tormenta de nieve. La gente de los pueblos y las aldeas vecinas estaban sufriendo la peor hambruna y escasez de la década. Empezaron a movilizarse para ir hasta las puertas de palacio cuando la tormenta se tranquilizó. Y allí la vieron, la dama del lago, avanzaba hasta el interior. Llegó a las cuadras pero los soldados no se atrevieron a plantarle cara. La diosa entró y por fin se pudo reunir con su amado ciervo. Ambos se marcharon del palacio justo en el momento en que los pueblerinos tiraban las puertas del castillo abajo. La reina escuchó el ruido y se asomó a ver que pasaba mientras llamaba a sus guardias y soldados. Desde allí podía ver como empezaban a entrar los pueblerinos enfadados. Entonces, en medio de todo aquel jaleo, todos oyeron la voz de ambos dioses recitando a la vez: << Si la reina deseaba un precioso y hermoso cabello, nosotros se lo concederemos. Esta maldición no terminara hasta que los suyos la devoren. >> De inmediato, frente a los ojos atónitos de todos, la reina se transformó en un conejo albino y sus soldados en lobos. Los aldeanos sabían que ya no había que hacer nada más, los lobos devoraron al conejo y volvieron a la normalidad. Al fin los aldeanos y el harem eran libres de la tirana reina. Los antiguos dioses volvieron al bosque y la tierra volvió a ser fértil, libre y prospera.
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Caperucita roja y otros cuentos
Historia CortaUna forma distinta de escribir el cuento de "La caperucita roja" con un final inesperado. ¡No os perdáis otros interesantes cuentos!