El príncipe y la bruja

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Érase una vez, en un continente donde reinaba la época de la inquisición y donde la caza y quema de brujas estaba al orden del día. El príncipe de un pequeño reino al norte salió de paseo una tarde, con la mala suerte de caerse del caballo y hacerse daño en una pierna. Cuando alzó la vista, una joven mujer, la más preciosa que había visto en su vida, le ofreció su ayuda. Se trataba de una bruja. El príncipe se asustó por todos los comentarios que decía la inquisición sobre aquellas arpías. Mas la joven ayudó al príncipe hasta conseguir llevarle a un pueblo cercano. Tras varias visitas a la amable bruja, el joven se acabó enamorando. Cuando el príncipe le contó sus sentimientos, la joven tuvo que rechazarle, ella era una bruja y él un príncipe, pero que si en algún momento necesitaba sus poderes que viniera a buscarla. El joven aceptó su decisión. Pocos años después se inició una guerra, el reino vecino empezó a atacar al reino del príncipe. Ante la impotencia armamentística, pidió ayuda a la bruja. La esposa y los consejeros del príncipe no estuvieron de acuerdo en tener una bruja entre ellos, pero la mujer, para dar un voto de fe y confianza, dijo su punto débil. Así, al final, aceptaron su ayuda. El Rey murió y el príncipe fue coronado mientras la batalla aún proseguía. Con la ayuda de la bruja, victoria tras victoria, es lo que obtenían. Aunque la bruja se sentía un poco defraudada al saber que la habían cortejado mientras ya era un hombre casado, nunca deseo ningún mal y ayudó en todo lo que el reino pedía entre las sombras.

Cuando la batalla terminó y todo volvía a estar en paz. El reino traicionó a la bruja que les ayudó. Aprovechando que sabían su debilidad, la atacaron y la entregaron a la inquisición, donde fue juzgada y ejecutada en la hoguera. Los consejeros se sentían algo culpables por aquello, la mujer les había ayudado incondicionalmente y pagaron esa ayuda traicionándola, pero ellos se justificaron diciendo que si el exterior se enteraba de su colaboración con una bruja, tacharían al reino de herejes, además de que fueron órdenes de la esposa del rey. La reina mientras tanto, lloraba a los pies de la cama de su esposo, que por una enfermedad había muerto pocos días después de la bruja. La última orden del rey hacia la reina fue: "Entregad a la bruja a la inquisición, mientras yo esté vivo puedo mantenerla bajo control, pero cuando yo muera ella quedará libre. Si no puede ser mía, no será de nadie más."

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