Capítulo 4: "Así de sencillo"

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El mismo barco había sido mi cálido lecho aquella noche. Volver a mi viejo hogar con la compañía de mis fieles tripulantes no encajaba dentro de mi lista de opciones. De modo que decidí quemar las horas en el legendario navío que llevaba tatuado mi cariño.

Amanecí asfixiada en dudas. Mis labios rotos, mis párpados pesados. Era una mañana gris, llena de sueños quemados en la luz del Sol. La vista nublada por incómodas lagañas alojadas en el precipicio de mis lagrimales, la respiración serena acompañada con los constantes latidos de mi corazón, los sentidos dormidos: todo derrochaba la falta de significado que mi historia añoraba. Sólo era una molesta angustia barata que absorbía la parte viva de mí.

La cama actuaba como mi tumba, y yo como su cadáver. Hasta el aire se volvía agobiante, lo suficientemente denso como para malhumorarme.

Me incorporé de la acolchonada superficie de mi lecho, dirigiéndome al acogedor baño de la habitación. En el espejo, mi reflejo admiraba mi figura con un rostro demacrado. Mis ojos celestes se hallaban opacos, volviéndose grisáceos: ya no eran semejantes al brillo de mar, sino a la oscuridad de las nubes. Sus guardianes, las pestañas, enfilados como un ejército de soldados, custodiaban con firmeza el cofre de desilusiones que escondían las ventanas de mi alma. El pelo enredado y arrojado hacia un costado, evitando la molestia de cargarlo en la espalda, expresaba la muestra de mi desgano. Su color era rojizo escarlata, que representaba para mí el mismo carmesí de aquel día, de aquellas muertes que presencié. Me causaba repugnancia el hecho de llevarlo con naturalidad, sin otro remedio. Mis labios rellenos con la vieja pintura roja que no me había quitado el día anterior, con tanta presencia sensual por su inequívoco tamaño, daban la prueba palpable de la experiencia que tenían.

Sin embargo, todo aquello que el espejo reflejaba, se sentía demasiado vacío. No era lo que esperaba ser, ni lo que hubiera querido. Sólo ansiaba que pudiera cambiar mi perspectiva cuando mis padres descansaran en paz, y para eso, debía aniquilar a su asesino.

El reloj desgranaba los segundos como si nada, haciéndome recordar lo limitado que era todo. Casi era mediodía, debía encontrarme con Gangplank en su barco. Até mi cabello en una larga y esponjosa trenza, apurada por el horario. Coloqué mi típico sombrero sobre mi cabeza, y me dirigí rumbo hacia el sitio acordado.

Aquel navío se encontraba demasiado cerca al mío, de modo que no demoré en llegar. Era espectacular: un gran barco luciendo firme su llameante bandera, haciendo énfasis en los veleros. La popa y la proa poseían terminaciones en roble que demostraban la fama y dinero de su capitán, sin embargo, pocos sabían que aquel había sido heredado. En otras palabras, lo que era Gangplank se lo debía a su padre.

Subí a la nave, estremeciéndome por el tenue viento que me acompañaba en cada paso. No demoré en enfilarme al camarote del mismo. Dentro, todo se tornaba cálido y bohemio: los recuerdos colgados en las paredes de madera lustrada, los escritorios antiguos y el olor familiar a cigarrillo. Husmee en los pasillos y habitaciones con la excusa de encontrar a Gangplank, aunque en realidad era pura curiosidad.

Hubiera deseado unos minutos más antes de tropezar con algunos miembros de su tripulación. Varios discutían entre sí, otros jugaban naipes apostando pequeños montones de monedas, y unos a la izquierda fumaban.

Se escuchó un silbido aullador a mi espalda.

-Con esa boquita seguro te sale estupendo, hasta te va a gustar...- comentó el de los tabacos.

Estaba acostumbrada a lidiar con gente de su talla, no era nada que no pudiese controlar.

-No hables estupideces, ni siquiera tienes con qué complacerme- dije internando en su memoria una mirada llena de repugnancia por su actitud pervertida.

El resto de la tripulación se quedó anonado, con las cejas extendidas y una sonrisa sorprendida dibujada en sus labios. Otros reían a carcajadas por la forma en que se calló el de los tabacos. Era la impresión que quería lograr.

-Tú- señalé a uno de los naipes-. Dime dónde está tu capitán, tengo que hablarle.

El joven señaló una puerta a la derecha.

-Gracias- formulé con tono insinuante.

Giré el pomo y me adentré a aquella habitación con el objetivo de conseguir un verdadero "" como respuesta.

-Llegas tarde- Era él, ya estaba esperándome en la entrada-. ¿De qué quieres hablar?

-Primero, acepta que vas a colaborar conmigo bajo una comisión- señalé, astuta.

-¿Por qué debería hacerlo?- cuestionó.

-Medio cofre es una cantidad elevada, no puedo permitir que nuestro trato quede disuelto en el aire con solo palabras- expliqué-. Sé que me entiendes.

Clavó su mirada recelosa en mis ojos.

-Es extraño. Nunca antes habías precisado mi ayuda, ¿Por qué ahora?

-No es de tu incumbencia. Pero si tanto deseas saberlo, puedes averiguarlo.

Puso a sus hipótesis funcionar rápidamente al oírme. Esperó un par de segundos antes de que alguna palabra se pronunciara y, improvisadamente, tomó un papel e inventó un contrato que sellaría su colaboración.

-Listo, toma. Esta es mi palabra- expresó extendiéndome la nota.

-Gracias, capitán. No se arrepentirá- la tomé con una mueca alegre dibujada en mis labios.

-¿Cuándo partiremos?- consultó apoyado en el alféizar de la ventana.

-Esto es sencillo: el día de partida es mañana, cuando el Sol se pone. Viajaremos en mi nave- quería evadir preguntas inútiles.

-La mitad de mi tripulación viajará aquí, el resto contigo, incluyéndome- informó.

-Estoy de acuerdo. No necesitaré nada más por ahora.

Por fin, mi eterno rencor había dado comienzo a lo que sería una cruel venganza. Aunque aún sonaba temprano para afirmarlo.

-Espera, Fortune- Me detuvo antes de que girara la perilla de la puerta-. Este trabajo es peligroso, ¿estás segura que quieres hacerlo?

Por supuesto que lo estaba. Debía intentarlo. Mi historia carecía sentido de existencia, y lo único que lo podría regresar era la venganza.

-¿Ah?- expresé, esbozando una sonrisa orgullosa-, el que debería cuidarse eres tú, capitán. Yo estaré bien.

-No lo creo. Sigues siendo la misma niña caprichosa de hace unos años- repuso, desafiándome con la mirada-, tendré que protegerte, ¿verdad?

Torcí mi mandíbula, era evidente su intención. Me dirigí hacia donde él, enterré mis ojos en los suyos y, con aires de grandeza, desvainé una de mis pistolas y le apunté apoyándola en su mentón.

-Así de sencillo es aniquilar a alguien: apretar el gatillo y verlo agonizar- expliqué, sin quitar mi mirada de la suya, intentando ganarme su respeto-. ¿Aún crees que debería cuidarme de piratas mediocres? Yo los cazo, no dudaré en disparar.

Rió, tomándoselo como un juego. Fue entonces cuando sentí el frío del metal de su espada sobre mi abdomen, sorprendiéndome desprevenida.

-Y así de sencillo es quitarle la vida a quién amenaza con armas cobardes- replicó, mientras su ego sonreía en su boca-. Tu escote no sirve para nada en estos casos, ¿o sí?

Me quedé en silencio. Tomé su mano y alejé la espada de mi cuerpo, al tiempo que guardaba de nuevo mi pistola en su funda. Él no se resistió, dejó que controle su brazo por un momento. Había ganado la discusión con el mejor argumento, la primera persona en años que lograba derrocarme con las palabras.

-En realidad, capitán, esto solo pasa entre tú y yo, me temo- dije expresándome con un tono seductor-. No dudo en disparar primero cuando se trata de un verdadero enemigo. Créeme cuando te digo que puedo cuidarme sola.

Alcé el contrato para exhibirlo en sus ojos.

-Me marcho con esto, no tengo nada más que decirte- comenté despidiéndome.

De holgazán a rebelde (Miss Fortune x Gangplank) League of LegendsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora