Capítulo 15: "Dulces bailarinas de cancán"

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En ese instante, sólo me incumbía dónde se hallaba el capitán. Perderlo de vista en un diminuto cuarto no encajaba en mi lógica, de modo que mis pensamientos rebuscaron una respuesta coherente que tranquilice al miedo. Sin embargo, sabía que no la encontraría excepto que utilice las piadosas e indirectas mentiras que me protegieron durante años.
Observé la habitación con detenimiento. Cada esquina, cada lado, cada pequeño rincón fue recorrido por mis ojos, no obstante, solo podía divisar una nada transparente, con ensordecedores golpes de silencio y un asfixiante desamparo. Entonces mi mente comenzó a recordar los inmediatos instantes que transcurrieron durante el trauma de mi pasado. La sangre, los cuerpos, el aroma, el silencio y la soledad. Todo se hallaba en esa habitación cerrada herméticamente que imitaba ser testigo de un asesinato que nunca sucedió allí.
Los apresurados galopes de mi corazón dejaron de trotar una maratón y decidieron emprender una caminata mucho más tranquila como latidos constantes, aunque no duró mucho. Con mis cinco sentidos alerta por la tenue penumbra que me envolvía, sentí una presencia detrás mío. No era una presencia corriente, era semejante a la que roba escalofríos y quita el aliento, a la que hace sudar las manos y temblar las piernas. Insegura, giré mi cabeza aguardando vislumbrar el peor de mis miedos, sin embargo, me alivió la desilusión. Era aquella sombra de nuevo que me observaba con ilusión, con hambre. Me quedé inmóvil, con mis pies estáticos y mis ojos firmes. Una gota de sudor frío recorrió mi espalda, hasta que por fin dije con seriedad e ira:

-¿Dónde está mi compañero?

Carcajadas se desataron al unísono, burlándose de mi ignorancia.

-Conoces la respuesta- respondió con voz perturbadora, que indagaba en los cofres más ocultos de mis mente.

Bufé enfadada, dispuesta a cometer imprudencias para adivinar aquella contestación. Tomé la pistola que Gangplank me había obsequiado y le apunté después de recargarla. Sin dejar de mirarlo con firmeza, enderecé mi dedo índice sobre el gatillo.

-Te preguntaré una vez más: ¿Dónde está él?- dije amenazándolo. Era extraño presionar a un ente sin forma ni silueta, me hacía creer que estaba loca.

Al cabo de unos eternos minutos de silencio, no contestó. Jalé decida del gatillo y disparé, sin necesidad de pensarlo dos veces. La bala traspasó su cuerpo de humo sin hacerle daño, sin embargo, el destello que produjo lo tumbó por un instante. Me comprendí como una verdadera idiota, la idea no había atravesado mi cabeza nunca ¡La luz opaca a la oscuridad! Era ostensible.
Comprometida y llena de esperanzas, revisé el cuarto en busca de alguna ventana, pero pronto recordé que la noche predominaba en el cielo. Antes de lo esperado, aquella sombra recuperó su bienestar y se arrojó hacia mí irradiando furia. Unas afiliadas cuchillas crecieron de sus brazos e intentaron rasguñarme. El frío metal apenas me rozó como el mar a la orilla, dejando una delicada herida en mi abdomen que goteaba sangre; debía lograr luz antes de morir atravesada por una de sus armas. Arrojada en el suelo, pensé en fuego y en el tiempo que perdía para conseguirlo. Tenía pólvora encapsulada en seis balas, y una pistola que conseguiría la combustión. Lo único que escaseaba era un señuelo que realice la distracción eficazmente. La sombra se acercaba con apetito, disfrutando mi dolor sumergido en desconsuelo y condimentado con una pizca de certidumbre. Alcé mi brazo y le disparé de nuevo, lo cual me ofreció unos segundos de ventaja. Descargué un proyectil con desespero intentando ahorrar hasta la más mínima unidad de tiempo y, con una mano sobre la herida, lo mordí hasta romperlo. Divisé la pólvora dentro: estaba cerca de lograrlo. Sin embargo, aquel monstruo de hollín, aquel ente sombrío y asesino, recuperó sus fuerzas y pretendió incrustar su cuchilla como golpe final. Coloqué mi arma entre medio, que amortiguó el ataque y salvó mi vida. La aparté y la recargué tan rápido como mis manos me permitían. Con la bala rota entre mis dedos, insistí en dispararle. El destello ejecutó su trabajo de señuelo, dándome una última oportunidad para aprovechar la situación. No desdeñé ni un grano de pólvora cuando vacié la cápsula en el suelo, a una distancia poco lejana de mi cuerpo: saldría afectada, mas no muerta. Tapé mi herida con todo mi brazo, y descargué un proyectil sobre el detonante. El sonido ensordeció mis oídos, y la explosión terminó de arruinarme. Precipitada hacia atrás, con los ojos entreabiertos, pude divisar una hilera de llamas que saltaban como bailarinas de cancán. Ellas eran azules y naranjas, movían la cabeza, balanceaban las caderas y elevaban las piernas en el aire. Sonreí para mí, todo había acabado. En aquel sector, la sombra ya no estaba y la penumbra se desvanecía retrocediendo gradualmente, como un oleaje a punto de romper. Me sosegó el calor que esparcía el fuego mientras ejecutaba su agitada danza, la claridad de ver el cuarto, y la placidez de fumigar mis miedos, enfrentándolos. Era una victoria exquisita, sin embargo, se arruinó cuando recordé el agravado corte que se extendía en todo mi vientre. Quité mi brazo de la lesión: se hallaba abarcado de sangre oscura, que parecía reírse de mi adelantado festejo. Las gotas se arrojaban hasta caer en el suelo con un hueco sonido de pequeños estallidos que formaban un charco extenso debajo mío. Era frustrante tanto esfuerzo, tanta presión para morir desangrada. El frío líquido tocaba mi espalda y causaba escalofríos, como una suave lamida de agua de océano. Pensé en Nami, en mi promesa hacia ella. No iba a poder rescatarla de un cruel destino que se asemejaba cada vez más al mío: moriría desangrada por su herida o la degollarían los piratas. Quise llorar, pero mis fuerzas se hallaban consumidas en mantenerme unos minutos más con conciencia. La vista cesaba con constantes pestañeos que parecían eternos cuando me conducían hacia la oscuridad; mis dedos temblaban como las alas de un grillo. Respiré hondo y la herida expulso mucha más sangre, logrando arrancarme un grito de dolor.

-¡Sara! Abre la puerta, ¿qué está sucediendo?- gritó Gangplank detrás del portillo de madera que se hallaba rasguñado y maltratado.

-Gangplank...- musité con una sonrisa de consuelo.

Él forcejeó, golpeó y amedrentó aquel picaporte y éste se oponía solemne ante sus ataques. Me pregunté cómo había terminado fuera del cuarto cuando recordaba que se adentró junto a mí. Era una situación insólita: la ayuda obstaculizada por un cretino pedazo de madera que imitaba al hierro por su resistencia.

-Oye, Sara. Dispárale al picaporte, rápido. Sé que estás ahí, bombón. Puedes hacerlo- dijo frustrando sus intentos de héroe.

-No podré, estoy muy débil. Lo siento, capitán. Rescata a Nami y dile que lo intenté- expliqué con mi última pizca de vigor.

-¡Estoy aquí!- terció ella con nerviosismo e impaciencia-. Debe hacerlo, no puede fallecer antes de... completar su venganza, ¿verdad? Gangplank me informó sobre eso.

Rendida ante los suplicios, tomé la pistola con mis dedos temblorosos y la vista nublada. Los pestañeos y el cansancio se avecinaban e interferían en mi impecable puntería. Intenté centrar el arma, sin embargo, no entendía correctamente cual era mi eje y mi pulso se negaba a entregarme solidez para disparar. Con la vista perdida, jalé del gatillo y el estruendo del impulso del proyectil me dirigió a otra oscuridad vacía donde creí no poder despertar..

De holgazán a rebelde (Miss Fortune x Gangplank) League of LegendsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora