Capítulo XX

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Narra Eärendur

Seguidamente, tras la mirada mortal que el rey le dio a Grima Lengua de Serpiente, ordenó que su antiguo consejero, que había despojado de sus funciones, fuese desalojado del salón del trono y del reino: básicamente lo desterró, cosa que me alegró. No aguantaba la lengua envenenada de palabras negras y tejedoras de mentiras.

Enseguida dos guardias se abalanzaron sobre él, le agarraron por los hombros y lo arrastraron hasta tirarlo por las escaleras de acceso al palacio real. Los lamentos de Lengua de Serpiente se escucharon con gran dolor. La caída habia sido algo dolorosa para alguien que solamente sabía enviar mentidas por su boa y tejer una telaraña de rumores y medias verdades para sobrevivir.

Grima: Siempre he estado a... vuestro servicio, mi señor. Le dijo al rey Théoden mientras esté se acercaba con paso decidido hacia él con una mirada que reflejaba todos sus pensamientos y sentimientos en este mismo momento. Si nadie lo detenía iba a acabar con la vida de ese miserable, cosa que me entristecía presenciar como una hoja tan bella era manchada con sangre de alguien tan miserable.

Théoden: Tus malas artes me habrían postrado a cuatro patas como las bestias. Le espetó lleno de furia mientras recortaba distancia entre Grima y su persona, y el primero se arrastraba lo más rápido posible para escapar de la furia del monarca de la marca.

A su alrededor se iba congregando los súbditos del rey, ciudadanos y soldados por igual, para presencia la escena que estaba ocurriendo en estos mismos momentos. Algunos de sus rostros parecía sorprendidos, otros alegres, y otros indiferentes. Parecía ser que Grima Lengua de Serpiente no era muy popular pos estas tierras, algo que me dio una pequeña llama de esperanza por el pueblo de Rohan; si los súbditos de Théoden no habían sucumbido a las artes de la manipulación del lacayo de Saruman era posible contar con las espadas leales y robustas que han caracterizado a estos jinetes.

Aunque de golpe me encontré con un problema que surgió en mi mente. El conocimiento de que yo era hijo del Enemigo ya se había esparcido por todos los lugares de la Tierra Media. Desde los Puertos Grises hasta más allá del Mar de Rhûn, pasando por los feudos de Gondor, las estepas de Rohan y la sitiada Osgiliath, sabían de mi existencia. Eso provocaba que los ciudadanos contrarios a los deseos de dominación de mi Padre tuvieran la idea de causarle dolor haciéndomelo a mi persona, creyendo que podrían dañar sus planes de alguna manera, pensando que estaba por estas tierras para causar problemas y división para facilitar su posterior conquista, o que si me capturaban y me hacían preso podrían negociar la paz con él a cambio de mi liberación.

Ese último pensamiento me causó cierta gracia. Lo más seguro es que si me hacían preso y supiera de mi localización mandaría a una hueste de orcos para acabar con mis captores para, seguidamente, enviarme de vuelta a Mordor donde sería torturado por desobedecer el designio del Señor de los Anillos y posteriormente sometido a su voluntad para seguir sus órdenes al pie de la letra, como un vulgar orco más que cumple con sus planes como una mera mascota siguiendo las órdenes de su querido amo.

Eärendur: (Antes me dejo comer por Ella-Laraña que convertirme en un siervo más de mi Padre). Pensé con decisión mientras observaba a mi alrededor en busca de una pista que me diese la impresión de un plan para capturarme. Puede ser un ataque de paranoia, pero los hombres del Oeste serían capaces de capturarme por pensar que el sufrimiento que están pasando terminaría antes y, aunque tendrían parte de razón, podría ser en forma de cadáveres tras ser asesinados por las hojas de los orcos y los Uruks.

Grima: ¡No me alejéis de vos! Exclamó en tono lamentoso el agente de Saruman el Blanco mientras se restregaba y retrocedía de la ira in crescendo del gobernante de la Marca de los jinetes.

HIJO DE SAURONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora