Capítulo XXII

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Narra Eärendur

Las horas habían pasado desde la llegada al Abismo de Helm, contemplando como los preparativos para la batalla se iban sucediendo. No era un pesimista, pero dudaba mucho que la guarnición que pudiese reunir el Rey Théoden fuese suficiente para soportar la marea que se avecinaba sobre ellos.

Eärendur: (Diez mil efectivos. Con tanto terreno que cubrir será imposible mantener una defensa en condiciones. Ya solamente el Muro Exterior ya les forzaría a concentrar todos sus hombres allí. Ya ni hablamos si mencionamos tener que dejar a soldados en el segundo nivel y en el patio de armas como reserva. Si no ocurre un milagro caeremos). Pensé con frustración mientras observaba como se iba apilando bloques de madera para reforzar el portón y hombres y niños marchaban hacía la armería.

Me encontraba en el primer anillo defensivo, intentando despejar mis dudas y frustraciones sabiendo que los Uruks no me darían respiro alguno. La batalla comenzaría pronto, el sol ya se estaba poniendo. Mis pensamientos son rotos al escuchar el resonar de unas botas de cuero acercarse a mi posición. Al girar mi cabeza observó cómo se acerca un niño, no tendría que tener mucho más de catorce veranos. En su mirada se notaba el miedo y las dudas.

Eärendur: ¿Qué necesitas? Se nota que estás nervioso y asustado. Habla, no pienso hacerte daño alguno. Le digo para intentar ayudarlo a sobrellevar los sentimientos que lo están asediando. Era un crío, un niño, no necesitaba vivir esto.

Théorl: Mi nombre es Théorl, hijo de Théorl. Me respondió con una voz llena de miedo y nervios. Llevaba puesto una cota de malla debajo de un jubón de cuero. De sus manos enguantadas sostenía una espada afilada que le costaba sostener del peso. – He escuchado que eres el hijo del Enemigo, el engendro del Señor Oscuro para acabar con nosotros. ¿Es eso cierto?

Eso consiguió sonsacarme una sonrisa burlona. El miedo de la gente por mi parentesco era abrumador. No podían pensar que fuese distinto que mi Padre. Aunque tampoco les despreció por ello. Han sufrido mucho a causa de sus ejércitos como para aceptarme de repente sin más. Lanzándole una mirada de compasión, notando que los soldados a nuestro alrededor estaban pendientes de nuestra conversación —lo que me hacía pensar que lo mandaron como carne de cañón para saciar su interés—, decidí contestarle.

Eärendur: Soy Eärendur, hijo de Sauron, sí, pero eso no me hace mi Padre. Si eso fuese así todos nos pareceríamos a nuestros padres, y hasta donde yo sé nadie es igual a su padre. Le respondí viendo como suspiraba una carga invisible sobre sus hombros desparecía. – Qué haya venido para acabar con vuestro pueblo, con vuestra gente, es una completa falacia, aunque yo tampoco podría no hacerla si estuviera en vuestra posición. Ser el hijo del Señor Oscuro te hace ser un objetivo muy proclive a estar rodeado de acusaciones.

Con todo dicho y respirar un momento me desplace hacía la armería, donde me agencié una cota de malla que la oculté debajo de mis ropajes oscuros y afilé a Oscuridad pura. La batalla sucedería en unos momentos y no tendría tiempo para hacerlo.

Ya hecho todo salí de la habitación y volví a desplazarme a la muralla, viendo como los soldados iban de un lado a otro. Algunos revisaban las flechas de sus carcaj; otros miraban sus espadas, lanzas o hachas intentando conseguir valor para enfrentarse a la horda que se avecinaba. Sus rostros llenos de nervios, miedos y tensión eran alumbrados por la anaranjada luz de las antorchas.

El Rey Théoden se encontraba en el centro del segundo anillo defensivo, observando cómo sus hombres iban a sus posiciones. No decía nada, pero su mirada contaba todo lo que necesitaba. Entonces a lo lejos, en la penumbra que era el campo afuera de las murallas, un cuerno resonó en la distancia. No se trataba de un cuerno de guerra orco.

HIJO DE SAURONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora