❪02❫

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𝘿𝙤𝙨

3 de octubre de 1909, San Francisco, California.

Padre.

¿Sí pequeña?

¿Por qué disecas animales?

Porque es mi trabajo.

¿Por qué?

El rubio se quedó sin habla, ¿por qué cazaba animales y luego los embalsamaba? Era taxidermista, su trabajo era hacer que los animales permanecieran vivos aunque no se movieran, comieran, o simplemente respiraran. Era un arte el cual había perfeccionado con el tiempo. Algo que lo enorgullecía en su totalidad, nunca ocultando el hecho de que aquellos animales que vio una vez vivos, ahora los tenía como trofeos que podía presumir. Que una vez, tuvo que ensuciar sus manos llenas de viseras y sangre, desgarrando el interior de estas criaturas para luego rellenarlas con formol y alcohol.

A la azabache le parecía algo curioso como su padre, el Sr. Jacobs, atesoraba tanto a sus bestias, se aseguraba cada mañana de que no recibieran una mota de polvo, haciéndolas ver tan pulcras que no parecían haber sido animales salvajes alguna vez. Recordaba que cada mes, su tutor iba de caza, y recordaba también, como volvía con su escopeta descargada, cubierto de sangre y algún que otro animal grande como lo eran los lobos, ciervos o zorros. Se había acostumbrado a que la despidiera en las noches, antes de irse a dormir, siempre con alguna mancha carmesí en la ropa. A la de ojos esmeraldas no le desagradaba, sin embargo, a su madre, le parecía algo desagradable. A su marido le extrañaba este hecho, ¿cómo podía trabajar todos los días con sangre humana, y luego llegar a casa y asquearse con la animal?

Suspiraba.

Suponía que no era lo mismo.

Porque es mi profesión, así como tu madre tiene la suya.

La ojiverde asintió mientras que su boca soltaba un oh bastante alargado. Observó con determinación como su padre, arreglaba la escopeta de caza, abrillantaba la báscula y el cañón con un trapo. Este mes había conseguido un trío de conejos, cerca de unos árboles donde se ocultaban en sus madrigueras. Estos estaban recostados, amarrados por las patas, sin vida, sobre la mesa de roble. Una caseta en el jardín era el mejor lugar para esta clase de trabajos, ya que la Sra. Jacobs le suplicaba a su marido que mantuviera sus labores apartadas de la casa, según ella por temas higiénicos y además repulsivos para su persona.

El mayor le había ofrecido a la más pequeña, como regalo de cumpleaños que sería dentro de un mes disecar a estos animalitos, con la excusa que tendría con quién hablar —además que con Jason—. Le parecía algo simpático que su padre le otorgara ese regalo por su cumpleaños, tres tiernos conejitos, como decoración en su cuarto. Sonrió por la idea, y aunque éticamente no era muy tierno para una niña de siete años, lo prefería. Prefería un trabajo de su padre a una casa de muñecas, que le regalaran una fiesta sorpresa con todos sus amigos de las clases de violín, que le regalaran un caballo con clases de equitación incluida. Para su pensar, le parecía infantil,  ya estaba grande para ese tipo de juegos y que prefería mil veces un regalo creado por su padre, creado por sus propias manos, cazado por sus propias manos.

Como la profesión de su padre, le fascinaba el arte de la taxidermia. Cada que tenía la oportunidad, se escapaba de sus lecciones de piano para visitar a su padre a la caseta en el jardín, y aunque su mayor le reprendía por saltárselas, siempre cesaba con la tierna cara de su única hija, convirtiéndola en su pequeña ayudante.

𝑬𝒅𝒆́𝒏 ━━━━ AʟᴀsᴛᴏʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora