❪03❫

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𝙏𝙧𝙚𝙨


26 de noviembre de 1909, San Francisco, California.

Una vez más se revolcaba en las sábanas, buscando con desesperación una mejor posición en la que acurrucarse, pero ya se le hacía imposible. Sus brazos buscaron el calor de la almohada que poco antes había dejado caer al suelo. Estampó su cara una vez más en el colchón, buscando con el tacto de su mejilla, el rastro cálido que había dejado unas horas antes mientras dormitaba.

Se había enfriado.

Llevó la almohada a su cara, intentando disipar el rayo solar que se hacía presente unos metros de la ventana. Parecía que los demonios hoy no la dejarían en paz, esta vez, se sentó con los pies cerca de la barbilla, viendo en lo mínimo su habitación, mientras que sus parpados caían sobre sus ojos impidiendo ver su recamara con determinación.

Sus dos esmeraldas se tallaron, logrando ver el magnífico trabajo de su padre. Allí estaban ellos, tres lindos conejitos sobre su mesita de noche. Cada uno con características diferentes.

El primero era de color blanco, parecía una bola de algodón, sus orejas eran alargadas y sus patas cortas y pequeñas. Sus ojos eran rojos, pareciendo como esas ratas de laboratorio que experimentaban con ellas.

El segundo era blanco con machas de color café, este también tenía los ojos completamente colorados, resaltando sus manchas sobre la oreja derecha y en el pecho.

Y el tercero. Este tenía la apariencia de un hollín de carbón. Era bastante particular, padecía completamente de color. Toda su anatomía trataba de color negro, incluyendo los ojos. Ni siquiera sus bigotes eran blancos, su hocico, su cola, sus orejas, todo en su cuerpo era adornado por ese intenso color.

La fémina alejó las sabanas sobre su regazo, una vez más restregó sus manos sobre su rostro para salir completamente de su ensoñación. Se detuvo unos segundos, observo su mano izquierda, allí estaba el antecedente de su lesión hace un mes, la cicatriz estaba allí presente. Ya no recordaba bien por qué tenía esa marca.

Levantó los hombros con desinterés y salió de la cama.

Sus piececitos se movieron cerca del armario, buscando algo adecuado para ponerse. No sintió mucho interés sobre sus elegantes vestidos que habitualmente usaba en casa, por lo que tomó lo primero que vio y se lo puso sin mucho apuro, dejó su cabello suelto y miró una vez más a sus tres compañeros, antes de bajar las escaleras para acceder a la sala principal, acarició la cabeza de estas tres criaturas y tocó el hocico de la tercera, el hollín de carbón. Se despidió de sus animales agitando las manos y luego bajo las escaleras.

Había silencio.

Algo natural en la residencia. Balanceo los brazos buscando a su padre, ya que Diane estaría haciendo su trabajo en la clínica. Encontró su silueta en la cocina, fue corriendo hacia él, como si hace siglos no lo hubiera visto. Observó cómo hacia el desayuno, la niña haló delicadamente la manga del pillama azul marino de su padre llamando su atención. El rubio mayor la miró y no tardo en subirla a la meseta donde hacia pacíficamente tortitas para ambos. La niña sentada a su lado ayudaba en lo que podía, siendo incognito para ella el procedimiento. Estudió en silencio los movimientos del mayor hasta acabar.

Thomas le sonrió a Elizabeth.

El bigotudo le entregó a la más bajita su plato de tortitas con miel y juntos se sentaron en el comedor, mientras ambos degustaban su exquisito desayuno preparado por el hombre de la casa, el olor a comida recién hechas hacia a la niña feliz, levantando sus ánimos y su estado de ensoñación.

𝑬𝒅𝒆́𝒏 ━━━━ AʟᴀsᴛᴏʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora