❪15❫

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𝙌𝙪𝙞𝙣𝙘𝙚

-¡¿En qué estabas pensando Elizabeth?!

-No es para tanto.-soltó una risita sin disimular su ironía.

-Desde hace mucho te he notado rara, ¡pero no pensé que llegarías a tanto!

Suspiró por el regaño ya acostumbrado a escuchar. Billie, Harold y Frank estaban discutiendo sobre todo lo que había ocurrido en el último mes.

Todos se encontraban mirándola fijamente, esperando a que respondiera. Realmente no tenía nada que decir, su mente no se encontraba en condiciones como para debatir en quellos momentos.Sentía como un humo violeta la rodeaba, incitándola a hacer cosas inonbrables.

Se encontraba observando la ventana, la cual acompañaban con un manto cobrizo y los últimos rayos del sol siendo vistos, dando fin al día y comienzo de la noche. No sentía el menor resentimiento de lo que había hecho. Tal vez si el señor de los cielos la viera, como un demonio en carne viva, pero realmente había abandonado toda señal de que un ser repartía justicia con sus omnipotentes manos, había descubierto a su corta vida con catorce años de que no existía tal justicia si no era tomada con sus propias manos. Se reía de aquel Dios que le habían contado ser el salvador, cuando no había velado realmente en la seguridad de la feligresa de ojos verdes.

Su familia realmente no era partícipe de la religión católica, sin enbargo, como todos los corderos fieles al omnipotente, alegaban a los ateos como los hipócritas que eran, asegurando que aquellas personas sin religión, que en sus momentos de zozobra eran testigos del ahuxilio de algún Dios, siempre acudiendo al mismo, sin ser fijos a su legado celestial. ¿De que se sentía una blasfemia en cuerpo y alma? ¿De que se sentía amenazada como cuando era niña, mientras sostenía la mano de su madre siendo llevada por una iglesia cercana, cuando una anciana con un crucifijo, le suplicó que fuera buena para ir al cielo, al Edén? Aquella mujer canosa había sido testigo de un par de luceros completamente vacíos desde un inicio en el cuerpo de una niña de solo dos años de vida.

Se regozaba de aquello. La de ojos jade nunca se había sentido miembro de nada en esta vida, ni siquiera de una religión, en la que declaraban todo bien a aquellos hombres, buenos o malos, serían perdonados al final si solo suplicaban por su clemencia. De socorrer el camino espiritual hacia Dios, ayudando al prójimo y viviendo el amor y admiración de los sacramenos. La joven Jacobs no tenía las intenciones de suplicarle nada ni a nadie, ni siquiera un perdón o siquiera sentir arrepentimiento. Se había prometido lealtad a sí misma y a sus propias palabras.

Hizo oídos sordos a las nuevas quejas que soltaba Frank. Cada día era una nueva, el sermón que recibía por parte de los tres, claro que asegruban ser por su bien, y no mentían en ello, pero con los mismos sermones intentaban de hacerle ver sus acciones como una atrocidad, de que tenían concecuencias.

Claro que su persona era fiel a la ciencia llamada lógica, le encantaba aquella magia que los adultos llamaban sentido común, pero sus sentido crecía más y más, teniendo retorcidos deseos. Ella misma aseguraban ser anhelos simples, pero ¿a quién quería engañar? No existían los deseos inocentes.

Quería llevar su miedo cada vez más alto, con murallas impenetrables con la altura de las nubes. Por supuesto que conocía a ese tal Ezequiel, conocía de su reputación, de cuando había llegado de la nada implantando una tiranía en una academia de prestigio, del idolatrado y a la vez odiado "Ezequiel el desgarrador". Conocía muy bien el porqué lo habían nombrado de esa forma, se había enterado de que tuvo cierta pelea con un compañero y este al estar inconciente, le había tallado en el abdomen con las palabras concretas de: Bicho raro.

𝑬𝒅𝒆́𝒏 ━━━━ AʟᴀsᴛᴏʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora