❪09❫

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𝙉𝙪𝙚𝙫𝙚

La semilla del odio ya había germinado, dejando ver una preciosa y bella flor. Esta en especial parecía una salvaje pero elegante flor, tenía todo el porte de ser delicada pero venenosa en su interior, sus pétalos se extendían por todo su tallo, dejando ver el oscuro color de sus pétalos de negro, haciéndola ver algo jamás visto y que por primera vez se alzaría a ser notada y admirada.

El reflejo de nosotros mismos nos hace ver como bestias que solo saben gruñir y romper huesos. Las horribles criaturas que escondemos en lo más profundo, ellas son la razón por la que nos hacen personas coherentes, ocultamos siempre ese oscuro instinto que algunas veces sale, en los peores momentos. Y para tragedia de unos, ese monstruo debe ser alimentado de algo, algún sentimiento, cualquiera podía llenarlo. Pero el quebrado corazón de la niña de ojos jade, estaba hecho pedazos. Su bestia interior era desbordada de tristeza, tanto así que podría vomitar lágrimas, lamentos y gritos de reclamación.  Ya no quería más tristeza, el más profundo sentimiento de desconsuelo.  Ya no quería saber la existencia de esa sensación, no quería saber lo que era tener nudos en la garganta, no quería saber lo que era que sus ojos picaran hasta agua dulce sacar. Ya no quería volver a ver su rostro frente a un espejo mientras que en su pecho se retorcía una bestia impaciente de salir, una bestia encolerizada y enfurecida, adoctrinada que la tristeza y solo la tristeza, sería el más poderoso rival que habría que matar. 
Sus dedos se mantenían entrelazados con las sabanas, intentando prologar la suavidad de estas. Su vista se hizo a sus manos, ahora llenas de marcas ya viejas, la causa de esas cicatrices aún estaba presente, solo tenía que intentar eliminarlas para que no se propagaran, como las ratas, parásitos reproductivos y cargados de enfermedades por su naturaleza.  Su mano izquierda, también habían marcas, pero había una en específico que no recordaba con dolor. Era esa en la punta de su dedo índice, estaba la sonrisa, la única que lograba que sacara cuando tenía momentos de lucidez, volviéndola a la realidad. La herida que se había hecho años atrás, era muy pequeña para recordarlo, pero decía su padre, que había ocurrido intentando conseguir unos pequeños goggles.

Se levantó dispuesta a buscar su uniforme. Recorrió la habitación con falta de varones, habían salido más temprano, según ellos para ir a la biblioteca. Sabía que era una mentira bien ingeniada, pero no se la tragaba, los conocía lo suficiente como para saber que ellos no se excusaban de ir a algún lugar, y más los tres juntos. No le dio mucha importancia, de todas formas no era su problema lo que hicieran o dejaran de hacer. Aunque por dentro, sabiendo que era sus amigos, se preocupaba al menos un poco.

Ya frente al espejo, arreglando su corbata, intentó distraer su mente en algo de su pasado, ¿cómo estarían sus tres conejitos? Seguramente impecables, conociendo a su padre, seguramente se había  encargado personalmente para que ni una mota de polvo callera en sus pelajes. La cara de su padre vino a su mente, ¿qué estará haciendo en estos momentos?, seguramente quitándole las entrañas a algún pelicano o rinoceronte. Y mamá, ¿Cómo estará?

Seguramente si terminaba pensando en ella, se deprimiría. Movió su cabeza quitando esos pensamientos e intentó centrarse en la realidad. Tomó el picaporte y lo giró. Salió de la habitación ya consiente de que su puerta posiblemente tendría escrito algunas palabras obscenas hacia su persona, tanto sexuales como ofensivas. Le importó poco y bajó las escaleras, sus zapatos resonaban por todos los pasillos, extrañada de que no hubieran jóvenes varones por el alrededor, no se preocupó de eso, más bien, le gustaba que no hubieran bestias hormonales rondando por allí.

Casi al final  de las alargadas escaleras, el suelo se hizo de hielo, sus pies no hallaron el control y sus piernas perdieron el equilibrio, cayendo con fuertes sonidos de fondo, la piel tocando la madera en bruscos y feos moretones. Su pecho se detuvo en el piso, a los pies del ser que más odiaba.

𝑬𝒅𝒆́𝒏 ━━━━ AʟᴀsᴛᴏʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora