❪07❫

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𝙎𝙞𝙚𝙩𝙚

3 de marzo de 1912, Nueva Orleans, Lousiana.

¿Qué es lo bueno de las despedidas?

Esa pregunta me la he estado haciendo hace un tiempo. Me carcome la cabeza, siento como si gusanos se arrastraran de manera cobarde hasta mi cabeza y me preguntaran si lo que estaba haciendo, era lo correcto. Eso nunca lo sabría. Espero no volver a dejarme caer, otra vez. Ya no quiero volver a la vieja yo, todo mi pasado se ha quedado allí mismo, donde todo recuerdo vive consigo mismo en el limbo, en el pasado. Mis involuntarios impulsos de volver atrás me asustan, me aterran, como rayos que caen, en un día común y corriente, sin previo aviso. Pero todos hemos aprendido a vivir con esos miedos ¿no?, el sonido de los rayos, la oscuridad, a los monstruos bajo la cama. A medida que crecemos, esos estremecimientos se vuelven nulos, viviendo con ellos cada día, pasándolos por alto, siendo así esas pesadillas que nos forman como persona. Creando cada día, nuevas fobias, pavores e infiernos.

Jason. Él siempre fue el rey, de cada una de las personas que se le presentara, sacando miles de sonrisas de fascinación, con sus ingeniosos comentarios, atractivos juegos y su particular carácter. Podría conquistar el mundo si así lo deseara, en cambio, su prioridad siempre fue que nunca me apartara de su lado, y nunca dejé de hacerlo. 

Fue mucho de mí, y siempre estaré agradecida.

Fue muchas veces él, el remedio de todos mis males, los brazos que me acunaron en las noches de tormenta, la calma que muchas veces estuve buscando.

Pero ahora, ya no está.

Contestándome a mí misma, lo bueno de las despedidas.

Es que siempre podemos volvernos a encontrar.

El sielncio me agrada, siempre acompañada por esa niña callada que se hace notar, cuando los comentarios sobran y las miradas se visten con sonrisas. Ahora me encuentro sentada en una incómoda silla, escuchando a mis padres halagarse el uno al otro por sus propios logros. Madre está consiguiendo trabajadores para levantar un hospital, mientras que padre se siente muy motivado en que el alcalde le dé un reconocimiento por renovar su museo por completo. Los tres almorzamos. Nunca me agradaron las charlas de adultos, me hacen aborrecer que algún día tendré que enfrentarlos, como una condena a la que ningún alma puede escapar. Yo me mantengo en silencio, sin tener nada qué aportar, incómoda, aburrida.

Fuera de lugar.

En estos instantes preferiría un libro el cual leer, pero me tienen prohibido tocar alguno hasta el comienzo de las clases, que sí es en donde debo esforzarme más. Me extraña que madre quiera evitar a toda costa que lea algo, no es propio de ella, siempre quiere que aprenda cosas nuevas, pero esta vez se ha negado a que lo haga.

Madre. —llamo su atención. Ella me mira con vacilación, la cual desconozco su motivo.  — ¿Hoy iremos al fin?

—Por supuesto, querida.

Su tono se siente diferente, como si una pizca de burla se implantara en su garganta. Hago una mueca.

Madre se levanta de repente, robándonos toda la atención posible. Hoy la he notado un poco rara, como si estuviera tensa, disgustada, triste, pero no lo hace ver tan fácil, siempre ha ocultado sus verdaderas emociones tras capas de elegancia y sofisticación. Cada día es un nuevo misterio para mi esa dama, aun siendo la mujer que me dio la vida, sus constantes apegos a cosas nuevas me fascinan.

Mi padre y yo la miramos fijamente, esperando algún indicio de movimiento o vocabulario  que desprendiera su persona. Nada, solo silencio. Ella se aparta de la mesa, adornada de un fino mantel blanco, mientras los ilustres cubiertos y platos le hacen compañía. Sacude su vestido y coloca sus brazos detrás de su espalda.

𝑬𝒅𝒆́𝒏 ━━━━ AʟᴀsᴛᴏʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora