7. Ruinas

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La brisa matinal era fría y acarreaba consigo el agradable aroma de la tierra mojada, la tormenta de la noche anterior había dejado las calles hechas un completo pantano, pero había ayudado a que el verde que componía todos los alrededores se vieran mucho más hermosos y brillantes que antes.

Tomó aire y suspiró, cerrando sus ojos y escuchando con atención el canto de las aves que tras la tormenta habían salido de sus nidos para revolotear sin control. Estaban en un pequeño vecindario repleto de edificios departamentales y algunas pintorescas casas repartidas en algunas áreas de por ahí, sin rastro alguno de los muertos, parecía que la tormenta y sus potentes truenos los había desperdigado por toda la ciudad.

—¿Falta mucho para el hospital? —preguntó entonces su compañera. Sam volteó la cabeza y la vio de arriba abajo, llevaba tenis, unos jeans rotos y una playera de tres cuartos con mangas rojas, no era la ropa que alguien elegiría para una expedición, pero en aquellos días con tener ropa nueva o de tu talla era suficiente.

Sacó de su mochila el mapa y observó el camino. Después lo enrolló.

—Unas cuantas cuadras más, a menos de que el camino esté obstruido, de lo contrario deberemos tomar un desvío.

—Fantástico —recitó frustrada, estaba deseosa de llegar a aquel hospital y acabar lo más pronto posible con aquella "misión".

Habían corrido con suerte, no solo por el hecho de no haber tenido que lidiar con algún infectado u otra amenaza por ahí, sino porque el tiempo había tratado de buena manera aquel sector de la ciudad, sí, los caminos y los alrededores estaban destrozados y llenos de maleza y pantanales, pero era lo de menos, incluso frondosos árboles habían brotado desde la acera y se alzaban imponentes sobre sus cabezas. Un entorno nada desagradable a decir verdad.

—Hm —emitió ella luego de quedarse mirando un local de pizzas, sonreía con cierta alegría y nostalgia de verlo—. Mi papá solía llevarnos a mi hermana y a mí a esos restaurantes cuando éramos niñas, cada dos semanas era ir y pedir una gran pizza llena de jamón y extra queso, sin piña —recordó y se rio—. En verdad odiábamos la piña, al menos Margaret y yo, a mi papá le gustaba.

Alzó las cejas luego de escuchar el nombre de su hermana. Carraspeó un poco y se acercó.

—Mi papá y yo solíamos ir al parque los domingos, siempre nos sentábamos en la misma banca y comíamos helado frente a un estanque lleno de patos, era... agradable, y muy tranquilo.

—Suena lindo.

—Lo era, pero supongo que todo lo bueno termina, tarde o temprano.

Siguieron avanzando en el vecindario, encontrándose ocasionalmente con antigua propaganda puesta en los tiempos de la pandemia, muchos carteles y señalamientos en las casas, letreros llenos de fotografías de gente desaparecida o muy posiblemente muerta, incluso los volantes que dejaba el ejército para que la gente no saliera y se contagiara. Una gran lona desgastada se alzaba en la parte frontal de un edificio, era un mensaje, y no uno muy agradable.

"DIOS NOS HA ABANDONADO"

La pintura de las letras estaba corroída y la lona estaba repleta de agujeros y rasgaduras causadas por el tiempo y el abandono, pero aun así el escabroso mensaje se percibía muy bien.

—Qué lindo —soltó ella con disgusto y siguió adelante.

—Ann —dijo y ella se giró al instante—. ¿Puedo preguntarte algo?

—Ya lo hiciste.

—Sabes a lo que me refiero.

—Pregunta.

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