4. Cráneo

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El cañón de la beretta de 9 milímetros en su mano se agitaba sin control, sus ojos estaban dilatados cual si estuviese bajo la influencia de un poderoso psicotrópico, mientras que sobre su piel negra corría un frío sudor que lo empapaba a cada segundo y evidenciaba su miedo incontrolable.

Los corazones sonaban con fuerza, cual si se tratara de una trepidante sinfonía de agitados tambores que menguaban el prolongado silencio sepulcral que se había instaurado sobre aquel sitio. Aquellos agobiantes minutos de silencioso pánico le ayudaron a Sam para analizar a quienes tenía en frente, dos hombres y una mujer, ninguno más grande que Jonh, inclusive el regordete sujeto que casi parecía querer orinarse encima se notaba tan solo unos años más grande que él y Lizz, la atractiva chica junto al hombre armado igualmente se percibía muy joven, su hermosa cabellera rojiza y sus singulares pecas adornando su cara la hacían relucir por completo y denotar que era alguien de su edad. El último, y quien parecía que era el único armado, se veía mucho más grande que sus compañeros, pero no más experimentado, contrario a Jonh que mantenía su semblante estático, aquel sujeto estaba aterrado y a nada de vomitar por la tensión que sentía sobre sí.

—¡Bajen sus armas! —volvió a decir.

—Tranquilo, niño, no queremos problemas —arremetió Jonh sin bajar ni un instante su pistola. Aquel sujeto pareció entrar en pánico.

—¡Largo! —sacudió su pistola, Jonh entró en alerta, endureciendo el mentón y acariciando tiernamente el gatillo a la espera de lo que sucedería.

—Escúchame bien, niño, si le apuntas a alguien será mejor que estés listo para jalar el gatillo, porque de lo contrario —accionó el martillo—. Lo haré yo.

La tensión se apoderó del lugar, tan solo bastaba esperar a ver quién dispararía primero. Sam tenía su pistola en alto también, pero ni por asomo estaba preparado para dispararles, lo podía ver en sus ojos, estaban aterrados, solamente buscaban un lugar para esconderse, igual que ellos.

—¿Qué quieren aquí? —volvió a inferir el tipo del arma.

—Solo... —Sam entró en la conversación, se irguió y alejó su arma en el mismo instante que aquel sujeto le apuntó—... solo queremos un lugar para refugiarnos unas cuantas horas, eso es todo. Luego nos iremos y seguiremos nuestro camino.

—¿Hacia dónde se dirigen? —irrumpió entonces la chica pelirroja. Sam no pudo evitar sentirse apantallado por su belleza. Pareció que ella también se percató.

—Fuerte Esperanza.

—Jerry, van a donde mismo. —La sorpresa se plasmó en sus almendrados ojos con claridad, observó a su compañero y este reaccionó con molestia.

—Ann, no te metas.

Pronto la pelirroja sujetó su brazo y le hizo desistir de apuntarles, aun cuando los números estuvieran equilibrados; aquel grupito no tenía oportunidad contra ellos. Jerry miró a sus compañeros, compartían la misma mirada, debían rendirse o esperar lo peor.

—Les-les tenemos un trato —dijo, y lentamente guardó su arma. Jonh no cedió.

—¿Un trato? ¿De qué hablas, chico?

—Baja el arma, viejo, y te lo diré.

Jonh endureció el mentón, había estado en muchas situaciones similares como para dejarse llevar por unas simples palabras calmas y un rostro asustado. Sam tomó su hombro y asintió. Acabó bajando la pistola.

—Bien —habló el tal Jerry ya mucho más tranquilo—. Les dejaremos quedarse a dormir aquí. Siempre y cuando nos permitan acompañarlos hasta el Fuerte Esperanza.

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