14. Fragmentos

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Se encontraba en una completa catatonia, ajeno del mundo que le rodeaba, con la mirada fija en la nada y sus oídos bloqueados, cual si estuviese sumergido en el agua, respiraba lentamente, sintiendo el aire que iba y venía a través de su nariz y bajaba hasta sus pulmones, acarició delicadamente sus piernas, pasando lentamente los dedos de sus manos por la tela de su pantalón, alzó sus temblorosas manos y acarició su rostro lentamente, asegurándose de que estaba despierto y aquello no se trataba de un sueño.

Bajó su mirada y vio la hora en su reloj, las 03:46 de la tarde. Nuevamente regresó su vista hacia adelante y entonces una ambulancia pasó a toda velocidad a su lado, logrando finalmente arrancarlo de aquel letargo.

—Carajo —masculló, mientras acariciaba sus cansados y desgastados párpados a causa del insomnio que lo había estado aquejando en los últimos meses. Tomó aire y se quedó ahí de nuevo, buscando agarrar el suficiente valor para de una vez bajar del auto, en eso, la estación de radio interrumpió las noticias del día a día para informar sobre un boletín especial.

Se han reportado ya más de 10,000 casos de contagios en todo el país a causa de esta nueva enfermedad. La Organización Mundial de la Salud acaba de lanzar un comunicado urgente a toda la población, es necesario que todos permanezcan en sus hogares y no salgan hasta que...

Apagó la radio y bajó de su camioneta. Acomodó el cuello de su chamarra y también su cubre bocas, avanzó hacia el hospital. Había bastantes autos en el estacionamiento y mucha más gente de la usual. Una vez que entró, se topó con la sorpresa de encontrar todo el lugar abarrotado de pacientes esperando a ser atenidos.

—¿Qué diablos? —miró en los alrededores como la mayoría de las personas clamaban y exigían por ver un doctor. En las sillas de espera, aguardaban los infortunados que claramente padecían de lo mismo, estaban pálidos, débiles, varios tosiendo o mostrando un malestar general digno de una verdadera súper gripe—. Eh, disculpe, señorita.

—Por favor, señor, espere su turno, lo entenderemos lo más pronto posible. —Recitó una agitada enfermera mientras escoltaba a un anciano hombre que parecía estar a nada de colapsar a causa de la tos.

—Carajo, ¿ahora qué? —miró hacia un pasillo y lo encontró bastante lleno, sin embargo, no había ningún guardia de seguridad, todos estaban en la entrada lidiando con la gente que llegaba con más y más apuro.

Se escabulló entonces, viendo a los dolientes pacientes vagando en los pasillos o siendo atendidos pobremente gracias a la precaria situación. Giró de golpe buscando el área de Oncología y fue cuando chocó contra una chica.

—Cielos, discúlpame, no te... vi —pasmado, retuvo la mirada en los amarillentos ojos de aquella jovencita rubia con la que se había cruzado, dándose cuenta de que estaba siendo afectada por lo mismo que la mayoría de personas ahí, estaba pálida como la nieve, desorientada y algunas gotas de sangre empezaban a brotar de su nariz—. Ti-tienes algo en...

La chica no dijo nada, simplemente avanzó a paso arrastrado y siguió adelante, respirando con dificultad y lanzando pesados jadeos. Jonh la siguió con la mirada hasta que la perdió entre la gente. Aquel singular encuentro le dejó un amargo sabor en la boca y una extraña sensación en todo el cuerpo.

—¡Jonh! —habló entonces un hombre que había salido desde una oficina. Rápido fue con él y entró en su despacho personal.

—Frank, hola —cerró la puerta y se sentó frente al escritorio.

—Lo siento, Jonh, intenté llamarte, pero las líneas están saturadas. Quería que nos viéramos después para entregarte tus resultados, pero...

—Espera, espera, ¿de qué hablas? ¿Mis-mis resultados, ya están? —cuestionó temeroso.

LA CEPADonde viven las historias. Descúbrelo ahora