1. Nuevo Mundo

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Diez años después del contagio...

La brisa soplaba con fuerza a través de todo el bosque, agitando las copas de los árboles, quienes con el fino tacto del viento silbaban y lentamente se meneaban ante el plácido son que profería el ambiente veraniego de aquella tarde. El césped se agitaba y se remolineaba como un cúmulo de delgadas serpientes, mientras que el aroma de la naturaleza impregnaba el ambiente como una delicada fragancia de verano.

Algunas aves cantaron y le hicieron suspirar, aquel era su momento favorito de la semana, el salir a explorar en busca de provisiones, le servía para dar rienda a sus cavilaciones y dejarse llevar por la tranquilidad del momento. Dibujó una leve sonrisa pacífica en sus labios y se estiró, extendiendo sus brazos y piernas a través del pasto, como si quisiera hacer un ángel, entonces con las yemas de sus dedos palpó un singular tallo que culminaba en una florecilla, la arrancó y sin abrir los parpados la llevó hasta su nariz, el polen en esta le acariciaba con suavidad, recordándole la dulce miel de primavera. Cada cierto tiempo en la comunidad brotaban muchísimas flores que adornaban los verdes espacios y brindaban de hermosura el lugar, parecía que aquella en su mano solo era una de muchas que anunciaban su llegada en un futuro cercano.

Finalmente abrió los ojos y contempló una margarita sobre su mano, sus finos pétalos blancos y su centro amarillo le traían a la memoria la pureza de la naturaleza y como esta dominaba absolutamente todo. Desvió la mirada y observó en la lejanía la ciudad, o lo que quedaba de ella realmente, los altos edificios ahora no eran más que ruinas envueltas en verde, las calles estaban vacías y consumidas por la maleza, mientras que de sus viejos habitantes no quedaba mucho tampoco. «Fantasmas» a mendo pensaba eso, que tan solo eran espectros vagabundos que merodeaban en una tierra sin vida, sin objetivo ni propósito aparente más que seguir adelante.

Se quitó la capucha y dejó que su cabellera castaña fuese ondeada por el viento que acariciaba sus mejillas y movía todo a su alrededor con una relajante parsimonia. Abrazó sus rodillas y se quedó contemplando el lejano paisaje en ruinas, hasta que el sonar de unas pisadas sobre la hojarasca le hizo girarse en segundos, llevó su mano hasta alcanzar la empuñadura de su arma, pero un hombre familiar se vislumbró ante su mirada antes de que pudiera desenfundar.

—Oye, oye, despacio, vaquero —su sonrisa adornó su avejentado rostro, meneó la cabeza y tomó su rifle—. Encontré un rastro, me parece que es un ciervo.

—¿Un ciervo? No hemos visto uno en meses —respondió, alejando su mano del arma en su cinturón.

—Siguen el agua, las pisadas se ven frescas, anda, seguro lo encontramos cerca del arroyo.

Sam se levantó, sacudió su ropa y acompañó a su padre hasta que se alejaron del claro y se adentraron nuevamente al bosque. La brisa seguía en torno a aquel paraje, silbando a través de los troncos húmedos y fuertes que poblaban el lugar. Avanzaban a paso lento y discreto, prestando atención en los movimientos cercanos y los sonidos distantes, llevaban un par de horas afuera y tan solo habían conseguido atrapar un par de conejos y recolectar algunas nueces y bayas silvestres.

—Oí que Greg y los chicos tocarán en la fiesta de esta noche —Jonh saltó una gran piedra invadida por las raíces de un árbol y cayó sobre un señalamiento oxidado que decía que estaba prohibido hacer vueltas en U—. Estoy pensando seriamente en asistir a sus clases de guitarra. —Su hijo lanzó una risita al escucharlo.

—Primero con la batería y ahora la guitarra. ¿Qué sigue? ¿Tocarás la armónica?

—Lo de la guitarra es en serio, siempre quise tocar y armar mi propia banda, ¿quién sabe? Quizás pueda cumplir mi sueño ahora.

—Yo... pensaba ir con los chicos al pueblo en la siguiente expedición, me dijeron que había una librería ahí, quería traer algunos nuevos, estoy cansado de leer lo mismo todas las noches.

LA CEPADonde viven las historias. Descúbrelo ahora