15. Olvido

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Lo primero que sintió fue el agradable aroma del café de olla acariciando suavemente su nariz, llevándola poco a poco a comenzar a abrir sus ojos y así percatarse de que ya llevaba tiempo que había amanecido. Los rayos del sol se filtraban tenuemente a través de los pliegues de la casa de acampar, las aguas del río sonaban en las cercanías y el cantar de los pájaros la acompañaba en aquella mañana tan apacible. Soltó un largo suspiro y alzó sus brazos al aire mientras se estiraba, percibió entonces algo de actividad en el exterior así que se cubrió con su manta.

El cierre de la entrada se abrió y un hombre de pelo castaño y mirada alegrada se mostró.

—Hora de despertar, dormilona.

—No —respondió somnolienta y con algo de disgusto.

—Lizzie, vamos, levántate o te perderás el desayuno.

—Bien, ya voy —se descubrió y su padre lanzó una risas—. ¿Qué?

—Nada, nada —cubrió su boca y después le apuntó con una cuchara—. Tienes, algo en la cara.

—¿Qué? —rascó su mejilla y desprendió una ligera costra de lo que pronto intuyó era saliva provocada por su larga dosis de sueño que había tenido. Patrick Graham volvió a reír al ver a su pequeña.

—Parece que fue una buena noche —salió de la tienda y le invitó a salir—. Vamos, lávate la cara y ven a desayunar.

Frotó su mejilla una vez más y se deshizo de la suciedad, tomó una liga y se ató el cabello en una improvisada coleta y después abandonó la tienda. La fresca brisa del bosque le recibió con gusto, así como la hermosa vista del río en contraste con el horizonte y las montañas lejanas. Tomó una buena bocanada de aire y se estiró un poco, viendo a las personas del campamento haciendo sus deberes rutinarios.

—Vamos —su padre le tendió la mano, y ella, gustosa la aceptó.

Juntos empezaron a recorrer el campamento. Un conjunto de modestas casas de acampar, carpas y una que otra caravana repartidas a través de las orillas del río, justo delante de un frondoso bosque rodeado de montañas. Un lugar lleno de gente que desde hacía un par de años se habían vuelto una pequeña comunidad que había logrado sobrevivir al asedio de los no muertos y a todo el caos causado por el apocalipsis.

—¡Buenos días, señora Morgan! —saludó con alegría al ver a una amable anciana de cabello rizado que lavaba algo de ropa en una tina junto con otras mujeres.

—Buenos días para ti, Lizzie —devolvió el saludo con la misma amabilidad. Patrick ondeó su mano y las mujeres le saludaron también.

—¿En dónde está mamá?

—Seguramente está con Katherine, ayudando a preparar la comida. Anda, vamos a buscarla.

—¡Sí! —juguetona se puso a brincotear, siendo ayudada de su padre para alcanzar más altura con cada impulso. Sus risas, sumado al sereno ambiente de la mañana, le llenaron de regocijo. Era como si por unos instantes, se olvidaran del caos del mundo y volvieran a la vida de antes de la catástrofe.

—Buenos días, señor Morales —saludó amablemente a un hombre barbado que cortaba algo de leña para la hoguera de la noche.

—Buenos días, princesa —bajó su gorra con cortesía e igualmente saludó a su padre.

Un perro pasó cerca de ellos a toda prisa y un par de niños juguetones lo persiguieron. Atravesaron las casas, viendo a los adultos trabajar en las labores del día a día, varias mujeres cocinaban junto a una pequeña radio de la cual emanaba una alegre y melodiosa música. Otros lavaban la ropa o se encargaban del mantenimiento del lugar, siempre procurando no adentrarse demasiado en el bosque. Pronto una bella mujer de melena castaña se mostró viniendo de una caravana con una canasta repleta de vegetales recién lavados.

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