16. Una razón más

4.1K 371 79
                                    

El aroma del humo se unió con la brisa en las cercanías, y sumado al hediondo olor de los cadáveres quemados, se mezclaron en el ambiente de la tarde, generando así una pútrida fragancia que impregnaba los alrededores en torno a la cabaña que desde hacía horas había dejado de arder. Ante sus ojos tan solo restaba una pila de madera carbonizada y ceniza que flotaba a su alrededor y caía lentamente cual si se tratara de una espesa aglomeración de nieve negra venida desde las alturas.

Luego de la explosión, no hizo nada, no dijo nada, ni siquiera se movió o emitió sonido alguno durante un largo tiempo, tanto así que el fuego consiguió apaciguarse y las ascuas dejaron de salir. La madrugada se desvaneció poco a poco y cuando salió el sol de nueva cuenta, tan solo se mantuvo ahí, con las rodillas flexionadas y puestas contra el suelo, las manos abajo, rendidas y dóciles contra sus muslos cual si estuviese realizando una especie de plegaria ante un Dios del cual hacia años había dejado de rogarle, con el rostro inexpresivo y la mirada puesta en el vacío inmenso que confería la nada misma.

Un solitario caminante emergió de entre los alrededores, bramó y alzó su mano apenas y lo vio, pero Sam ni siquiera movió los ojos ante su presencia. La criatura se tambaleó y marchó en su dirección, y cuando estuvo a escasos pasos de atraparlo: Ann apareció para salvarlo, meneó su cuchillo y lo enterró contra la sien de aquel putrefacto penitente, y cuando lo extrajo de su carne, este cayó al suelo y se mantuvo ahí de por vida. Ni siquiera el impacto del zombi le hizo reaccionar.

La pelirroja limpió su cuchillo contra su pantalón y a la distancia vio como Lizz se deshacía de otro que vagaba cerca de ellos. Pasó a observarlo a él a profundidad, era como ver una estatua. Tomó aire y se alejó sin decir nada, avanzó hasta que se sentó sobre una roca y ahí se quedó. En eso llegó Lizz y la acompañó.

—Lleva ahí más de dos horas —arremetió la pelirroja con incredulidad y cierto hastío—. ¿Qué se supone que espera?

—Está en shock —mencionó Lizz en un tono calmo y algo preocupado, cruzó los brazos y suspiró un poco a través de la nariz—. Necesita algo de tiempo para reponerse.

—¿Más tiempo? —lo miró y después al cielo—. Si seguimos así, en cosa de horas llegará la lluvia y después la noche, y solo Dios sabe qué haremos a mitad de una tormenta y sin refugio. Tenemos que hacer algo.

—¿Cómo qué?

—No lo sé —se rascó la cabeza—. Hablar con él o algo. Lo conoces mejor que yo, trata de hacerlo reaccionar.

—¿Y crees que funcionará?

—Nada perdemos con intentarlo —se puso nuevamente de pie.

—Bien —tomó aire y algo de valor y se encaminó a su dirección, avanzó delicadamente a través de la maleza y se situó junto a él. Nada, ni siquiera un suspiro—. ¿Sam? ¿Sam, puedes oírme? —era como hablar con una pared. Se hincó entonces—. Sam, sé... sé que justo ahora no es el mejor momento, pero tienes que escucharme. —Trató acercándose más—. Sé por lo que estás pasando, entiendo cuanto te duele, también me duele, solo... no podemos quedarnos aquí por más tiempo, muy pronto los caminantes regresarán y necesitaremos huir, necesitamos un refugio y comida, necesitas comer, también necesitas descansar, por favor, Sam, solo... —estiró su mano y lo tomó del hombro. Al instante reaccionó, desenfundando una navaja que llevó hasta colocarla bajo su cuello.

—¡Sam, no! —gritó Ann y sin pensarlo alzó la 22—. No lo hagas... estás afectado, lo sé, pero no creas ni por un segundo que no lo haré si me veo forzada. Así que por favor, no me obligues a hacer algo que no quiero.

Sus profundos ojos se clavaron en Lizz, y durante algunos instantes fue como ver a alguien completamente distinto al joven que conocía, pero estos no tardaron en mostrarse como en realidad se encontraban, atormentados, rotos, llenos de ira y dolor, lo sabía perfectamente, pues aquellos mismos ojos los había visto en su reflejo hacía mucho tiempo atrás en ella misma, justo después de quedar sola. Lentamente alzó las manos y se mostró calmada.

LA CEPADonde viven las historias. Descúbrelo ahora