Abrí los ojos de golpe, sacudida por el ruido que llenaba la casa. No importaba si era un fin de semana tranquilo o un feriado pacífico, a mi familia parecía no importarle en absoluto el concepto de silencio o la idea de dejar dormir a los demás. Su indiferencia hacia el descanso de los demás era tan palpable como el ruido que llenaba la casa. Era por esa misma razón que me encontraba despierta ahora, arrancada de los brazos de Morfeo por un grito que perforó el silencio de la madrugada. El grito provenía de una de mis hermanas, y aunque no tenía idea de la causa, no me sorprendía en absoluto.
De todos nosotros, ella era la más ruidosa, la que más frecuentemente rompía la paz con sus exclamaciones y risas estridentes. Aún en la penumbra de mi habitación, podía imaginarla, parada en medio del caos que ella misma ha creado, riendo o quizás gritando por alguna razón que solo ella entendería. Y mientras tanto, yo me hallaba aquí, despierta y preguntándome por qué, una vez más, el sueño había sido interrumpido por el ruido.
No pasó mucho tiempo, apenas unos minutos después de que el grito de mi hermana me sacó de los brazos del sueño, cuando escuché los golpes firmes y decididos en la puerta de mi habitación. Era mi mamá, como siempre, con su rutina matutina invariable. Diciéndome que era momento de que me levante de la cama, que no era hora de seguir durmiendo y que debía de ir a desayunar. Y no se trataba solo de desayunar. No, eso era solo el comienzo. Después del desayuno, vendría la limpieza.
Exhalé un suspiro pesado y resignado mientras me levantaba de la cama, la suavidad y calidez de las sábanas en contraste con el frío y la dureza del día que me esperaba. Decidí que lo mejor sería cambiarme de ropa de una vez y salir de mi habitación, lista para enfrentar el día. Sabía que tendría que correr hacia el pasillo si quería ganarle a una de mis hermanas al único baño que hay en el piso de arriba. En mi cabeza, planeé cada movimiento: salir de la habitación, cruzar el pasillo, llegar al baño. Pero justo cuando mi mano rozó el picaporte, sintiendo su frío metal bajo mis dedos, sentí un empujón que me tomó por sorpresa. Fue una de mis hermanas, por supuesto, siempre dispuestas a competir por todo, incluso por el baño.
El empujón me desequilibró, y antes de que pudiera reaccionar, ella ya pasó corriendo por mi lado, riendo mientras se adueñaba del baño. Así que ahí me quedé, en el pasillo, mirando la puerta cerrada del baño y preguntándome cómo era posible que, incluso en un día de descanso, tuviera que luchar por cada pequeña cosa en esta casa. Bufé desanimada, sintiendo el peso de la frustración y la resignación en mi pecho. Vivir bajo el techo de mis padres significaba vivir en un constante estado de apuro, una carrera interminable para hacer las cosas antes que las demás. Esta competencia se extendía a todo, incluso a las comidas.
Crecí en una familia numerosa, con ocho hermanas y un solo hermano. En este entorno, aprender a compartir no era una opción, era una necesidad. Empero, para ser honesta, nunca me acostumbré a ello. En lugar de eso, aprendí a ocultar las comidas y a comer rápidamente cuando veía a una de mis hermanas acercarse a mi plato. No es que tuviera hambre, simplemente no me agradaba la idea de tener que compartir mi comida con ellas. Porque, al final del día, ellas hacían exactamente lo mismo. Incluso las más pequeñas. Cada vez que llegaba tarde a la mesa, encontraba mi plato vacío y a ellas riendo. Esto me hacía cuestionar las enseñanzas que nuestros padres nos han inculcado desde pequeñas. ¿Era este el tipo de familia que querían formar? ¿Una donde cada uno tenía que luchar por lo suyo, incluso por un simple plato de comida?
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Sesiones de éxtasis (+18) ; b. chan ✓
FanfictionUn psicólogo de renombre con un profesionalismo indiscutible, ha dedicado años a su carrera, buscando siempre una vida mejor para él y su familia. Sin embargo, se encuentra en una encrucijada inesperada. Lucha contra intensos deseos sexuales que ame...