'Unwritten'

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Una semana después de aquel día en que la fiebre y el cansancio habían mantenido a Harry al borde de la extenuación, las cosas comenzaban a cambiar en la casa. El alfa se había recuperado poco a poco, y con su salud mejorando, también había un aire renovado en el hogar. Louis, que había estado pendiente de él cada día, notó cómo la tensión en el rostro de Harry se suavizaba y cómo la sombra que había pesado sobre ellos empezaba a disiparse.

Aquella mañana, el sol se filtraba por las cortinas del dormitorio, iluminando suavemente la habitación. Harry se despertó sintiendo una calidez que no había experimentado en mucho tiempo. Louis estaba a su lado, dormido y con los cabellos despeinados cayéndole en la frente. Sin pensarlo demasiado, Harry se acercó un poco más, rodeándolo con el brazo con cuidado, como temiendo despertarlo.

Louis sintió el toque y abrió los ojos lentamente, encontrándose con el rostro de Harry tan cerca que podía sentir su respiración. Sus miradas se cruzaron por un instante y, en lugar de apartarse, Louis sonrió levemente, disfrutando de la paz que había entre ellos.

—¿Cómo te sientes hoy? —preguntó Louis en un susurro.

—Mejor, gracias a ti —respondía Harry, con una voz que sonaba más segura y agradecida. Las palabras no eran suficientes para expresar todo lo que sentía en ese momento.

Antes de que pudieran seguir hablando, risas y pasos apresurados se escucharon en el pasillo. Athenea y Andrew aparecieron en la puerta, saltando de alegría.

—¡Mami, papi! ¿Podemos hacer pancakes hoy? —gritó Andrew, con los ojos brillantes de emoción.

Harry y Louis intercambiaron una mirada cómplice, esa clase de mirada que solo los padres que comparten amor por sus hijos pueden entender.

—Claro, pequeño —dijo Louis, mientras se incorporaba y les hacía un gesto para que se acercaran.

Los niños se subieron a la cama, riendo y hablando sin parar sobre las cosas que querían hacer ese día. Harry pasó un brazo alrededor de Athenea, que le contaba emocionada cómo había aprendido un nuevo juego, mientras Louis escuchaba a Andrew con una sonrisa que iluminaba todo su rostro.

Era en esos momentos, con la casa llena de risas y con la complicidad que había entre todos, cuando la esperanza empezaba a renacer en el corazón de Louis. Aún quedaban heridas por sanar, y el camino no sería sencillo, pero por primera vez en mucho tiempo, se sentía en paz.

La familia estaba, de alguna manera, reconstruyéndose y encontrando un nuevo equilibrio. Y, aunque el futuro aún era incierto, en ese momento, lo único que importaba era que estaban juntos.

Los días posteriores se llenaron de interacciones que destilaban una familiaridad renovada, donde las risas infantiles se convertían en la banda sonora de un hogar que lentamente recuperaba su equilibrio. Harry, aún gestionando las secuelas del agotamiento y semanas de carga emocional, hallaba en estos momentos cotidianos un ancla que lo conectaba a la realidad. Louis, por su parte, observaba estos cambios con una calidez en el pecho, percibiendo cómo Harry se desenvolvía con una autenticidad y tranquilidad que hacía tiempo no veía.

Una tarde, mientras el sol se derramaba sobre el horizonte con un resplandor anaranjado, Louis se encontraba en la cocina preparando una sopa ligera para la cena. La casa respiraba una paz serena: Andrew jugaba meticulosamente con sus bloques en el salón y Athenea, sentada a la mesa de la cocina, dibujaba mientras tarareaba una melodía infantil. Harry, con el cabello despeinado y una expresión de sosiego, apareció en el umbral.

—Huele increíble —comentó, dejando que su cuerpo descansara contra el marco de la puerta.

Louis levantó la vista, encontrándose con los ojos de Harry, en los que ya no habitaba la sombra del cansancio. Aquella mirada evocaba tiempos pasados, épocas en las que la complicidad surgía de manera natural y sin esfuerzo.

¿Adonde Van Los Corazónes Rotos, Harry? (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora