Capítulo 33 - Desaparecida

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Cuando Roma tenía exactamente 6 meses, era una niña vivaz, regordeta y hermosa. Tenía la misma sonrisa de su madre y un rostro de ángel que tenía enamorados a todos quienes la rodeaban.

Una mañana del frío mayo en la provincia de Mendoza, (Argentina), luego de pasar una semana en casa, ya que luego del primer aniversario de la muerte de su esposo, (también habría sido el cumpleaños de él ese mismo mes), Virginia tuvo que volver a su rutina, aunque no le gustara ni un poco la idea. Claramente eran días difíciles.

Ese mayo había llegado con lluvia y mucho frío. El pronóstico anunciaba tenues nevadas hacia la noche, pero Vir no podía darse el lujo de faltar nuevamente a la universidad , también temía que, si no salía de la casa, lo próximo seria la cama. Lo suyo era una lucha a diario, el dolor y las sombras siempre estaban ahí. Era una batalla que no dejaba de pelear. Gracias a dios por Roma, quien le daba la dosis de vida que necesitaba para lograr salir siempre adelante.

Vir llevó a la pequeña a la casa de Johanna, ya que tenía que cursar, Cam también se había quedado en la casa de una amiga porque tenía ese día un examen muy importante.

Mel y Fede estaban trabajando, por lo que Vir se decidió a sacar la niña de la casa a pesar del frío. Ani había estado con ella varios días, pero el fin de semana lo había pasado con su novio y quedaron en verse directamente en la universidad esa mañana.

Vir iba tarde porque no estaba del todo segura, algo adentro suyo le decía que se quedaran en su casa y tardó en salir. Condujo despacio con la niña en su asiento especial para el auto, mientras escuchaban música alegre en el auto. Al final llegó con el tiempo justo a la casa de los Hanssen, dejó a la niña con algunas cosas, ya que tenía todo por duplicado en la casa de sus abuelos. Era consciente de que le costaba separarse de su princesa, la niña era todo amor y sonrisas para quien se le acercase, no conocía otra cosa. Antes de seguir camino rumbo a la universidad, Vir le llenó la carita de besos a Roma, mientras le decía:

- Te amo hasta el cielo y las estrellas princesa de mamá.

Luego se marchó con una sonrisa viendo a la niña abrazar a sus abuelos, quienes la llenaban de atenciones y cuidados y eran muy felices de tenerla con ellos.

Cerca de las 12 su teléfono sonó y recibió la noticia que ninguna madre quiere recibir, la niña había desaparecido.

A Roma se la había llevado la ex esposa de Germán en un descuido. La mujer llevaba meses tratando de acercarse a él, quien se mantenía firme en la decisión de no apresurarse a regresar con ella después de todo lo que habían vivido. Gimena estaba exasperada al no ver avances en su plan de reconciliación. Cada día quería menos a la niña, con quien Germán pasaba casi todo su tiempo libre.

A decir verdad, en la práctica, Ger era el padre de Roma. Después de sus largas horas de consultorio o guardia, se tomaba el tiempo de ir a verla a diario. La llevaba a pasear, la acompañaba a sus controles médicos, le compraba cosas, comía con ella cada vez que podía. Salía de su trabajo desesperado a verla, solo para bañarla y dedicarle unas horas. La niña lo reconocía y le daba los brazos. Era un padre abnegado para Roma y todos se habían sorprendido ante el cambio de vida de Ger, que se lo veía más feliz, tranquilo y concentrado en su carrera y su pequeña hija por elección.

Cada vez que Ger veía a Roma recordaba a su hermano, ya no era solo la promesa que le hizo de cuidarla, sino era puro amor. La niña lo había conquistado absolutamente. Era el amor más grande y genuino que jamás había sentido. Con Roma paseaba largas horas por el parque, la pequeña le daba paz, por ella había dejado de vivir solo para trabajar. Detrás de la pequeña se encolumnaban todo el resto de las cosas de su vida. Si algún día volvía a enamorarse, esa persona debía aceptar que él era un padre soltero, al menos así lo sentía.

La distancia que nos separaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora